Llevaba varios años pensando en visitar una de las partes más desconocidas del mundo. Quizá de primeras no llamen mucho la atención estos antiguos “Stán”, exrepúblicas socialistas soviéticas, que han ido viendo la luz del progreso poco a poco desde comienzos del SXXI. Me refiero a países como Uzbekistán, Kirguistán, Kazajstán o Tayikistán, con gran identidad cultural y pueblos con personalidad pero que han sido censurados y maniatados por el comunismo más férreo durante casi la totalidad del SXX.
Estos pueblos pertenecen a una región, llamada Asia Central, que trasciende completamente al SXX y se remonta incluso al primer o segundo milenio antes de cristo. Estas regiones han visto pasar grandes imperios, que han dejado su sello y su granito de arena en la identidad de la población. Desde los griegos con Alejandro Magno, el reino de Corasmia, los persas, los califatos en los primeros años del Islam, distintas civilizaciones de origen turco, los timúridas de Tamerlán, los shaybánidas uzbekos, han visto sus tierras arrasadas por los fieros mongoles, se han visto sometido por las potencias coloniales, en particular, la de los zares rusos, llegando así hasta el sometimiento a los bolcheviques en los años 20 del SXX. Con el desmembramiento de la URSS pudieron declararse independientes, siendo éste un camino de crisis y pobreza durante los años 90 y un aparente despertar de estas naciones en los últimos 10-20 años.
Para empezar, el turismo en Asia Central se ha disparado. Países como Uzbekistán están adaptándose al reclamo turístico a una velocidad increíble, siendo el principal destino para viajeros occidentales y orientales. Otros, como Kirguistán o Tayikistán, se desarrollan más lentamente, pero conservan áreas de naturaleza espectaculares combinado con unas tradiciones y una población que conservan un carácter genuino (nada enfocado al turismo todavía). Por lo que, un viaje combinando Uzbekistán con Kirguistán lo hace tremendamente equilibrado a nivel cultural, arquitectónico y de naturaleza. Éste último es el viaje que programé y el que voy a ir relatando (junto con una breve parada en Almaty, Kazajstán).
Empezando por un extraño país llamado Uzbekistán
Cuando a mi entorno cercano le comento que estoy planeando un viaje a un lugar llamado Uzbekistán, pocos saben situarlo en el mapa, algunos no lo habían oído mencionar nunca, y otros, se muestra preocupados al vincular la palabra “stán” (que significa “tierra de”) a un lugar peligroso.
Pues nada de eso es cierto. Son lugares, que, evitando algunas fronteras o zonas conflictivas (en particular, la cordillera del Pamir en Tayikistán o comportarte siguiendo las reglas en el hermético Turkmenistán), se pueden visitar perfectamente y sin necesidad de obtener un visado con anterioridad (para un español). Solo con presentar un pasaporte español en la frontera, te expedirán un permiso de al menos 30-60 días para visitar el país. Eso sí, el pasaporte tiene que estar impoluto y no presentar fallos puesto que lo revisan de forma minuciosa y detallada durante varios minutos, añadiendo un estrés innecesario al momento “pasaportes y aduanas”.
Agencia, vuelos y días en Uzbekistán
Aunque no soy muy fan de contratar agencias para coordinarme un viaje, es cierto que hay algunos países donde te ayudan para optimizar el tiempo y poder aprovechar al máximo las horas, en particular, aquellos lugares que el input cultural es grande y existe dificultad en desplazarte por tu cuenta.
En este sentido, decidí contactar con una agencia local en Uzbekistán, que resultó ser un genial guía uzbeko que hablaba español mejor que incluso algunos españoles de origen (Uzbekistán Discovery). Con él acordé realizar las 4 ciudades más famosas de Uzbekistán, recorriéndolas de oeste a este en tren por este orden: Khiva, Bukhara, Samarkanda y Tashkent, todo ello en una semana dando tiempo de sobra. Obvié la visita al antiguo mar de Aral para poder contemplar los cementerios de barcos debido a la falta de tiempo y al calor extremo que estábamos sufriendo en pleno mes de junio.
Aterrizando en Urgench, capital de la provincia de Corasmia
La ciudad de Urgench dispone de un aeropuerto internacional que recibe aviones como el que volamos vía Estambul. Urgench está situado a tan solo 35 km de Khiva, en el corazón de la provincia de Corasmia,
Corasmia (ó Xorazm) es el nombre que recibe la región de la zona del delta del río Amu Daria, que se extiende al sureste de Urgench hasta el Mar de Aral, habiendo sido habitado desde hace miles de años, al ser un importante oasis en medio del desierto.
Hoy en día, la provincia de Corasmia incluye la región de Khiva, la parte fronteriza con Turkmenistán y la ciudad de Urgench. La antigua ciudad está localizada en la actual Turkmenistán (Kunya-Urgench), 150km río abajo, la cual al quedarse sin agua en el S XVI, los habitantes se trasladaron a la actual ciudad de Urgench donde levantaron una nueva urbe. Incompresiblemente, los soviéticos trocearon estos países de tal forma que arrebataron este terreno que históricamente pertenecía a Uzbekistán para dárselo a los turkmenos.
Una vez llegamos al aeropuerto de Urgench, nos recogieron y nos dirigimos directamente a la ciudad de Khiva, ya que Urgench carece de interés turístico, más allá de una ciudad con marcados rasgos soviéticos. En el trayecto me llamó mucho la atención la mezcla de oasis en un eje de la carretera, con grandes zonas verdes agrícolas, y otro eje, desértico, recordándonos el lugar árido donde se encuentra el territorio de Corasmia.
Otro de los aspectos que me produjo interés fue la poca variedad de marcas y colores del parque automovilístico en Uzbekistán. Prácticamente la totalidad de los coches en este país son Chevrolets blancos, donde la marca tiene una fábrica que produce estos coches actuando como un monopolio. Gran parte de los beneficios se quedan en el país, a pesar de ser una marca americana. Y son blancos ya que es el color que más previene del calor extremo que se alcanzan en estos lugares en el mundo.
Después de 35km y varios cientos de Chevrolets adelantados en la carretera llegamos a la antigua ciudad amurallada de Khiva o el Ichon-Qala, donde se encontraba nuestro hotel.
Khiva, la ciudad de las 1000 y una noches
Khiva, antigua ciudad de la Ruta de la Seda, se ha adaptado para convertirse en una amable y bella ciudad preparada para saciar las inquietudes del visitante extranjero. No siempre fue así, ya que en su día fue centro de caravanas de esclavos y un lugar objeto de saqueos e invasiones, con poca defensa.
Sin embargo, tal y como la concebí en el momento de ver la ciudad, fue como aquella urbe que nos ilumina la imaginación cuando leemos la clásica recopilación medieval de cuentos orientales tradicionales de las “1000 y una noches”, que nos narra desde las aventuras de Simbad el Marino, hasta las historias de Aladino y Ali Babá y los 40 ladrones (que por cierto compré para que me acompañara en estos días de intenso viaje por Asia Central).
Realmente, Khiva nos hace recordar a estos cuentos, paseando por la ciudad-museo o núcleo histórico de Ichon-Qala (patrimonio de la UNESCO desde 1990). Imaginaos una ciudad amurallada de adobe que contiene decenas de madrazas con acabados azul turquesa, sinuosos callejones de piedras, mezquitas con sus minaretes, y mausoleos que son auténticas obras de artes. Si a esto le sumamos los colores del amanecer, atardecer, o incluso el de la luna o la iluminación nocturna bañando esta hermosa urbe, es posible que percibamos alguna alfombra voladora sobrevolando el cielo o, incluso, algún genio de la lámpara rondando los rincones más oscuros de la ciudad.
La leyenda cuenta que Khiva se fundó cuando Sem, hijo de Noé, descubrió aquí un pozo con un agua extremadamente rica en sabor. La gente llamó al lugar Kheivak que acabó derivando en Khiva. Este lugar fue un enclave comercial menor en la Ruta de la Seda (mucho menor en importancia que las más famosas Bukhara o Samarkanda), sin embargo, la urbe vivía a la sombra de la mencionada Kunya Urgench, próspera en el desarrollo de Corasmia entre los siglos X y XIV.
Con el ocaso de Kunya Urgench por la escasez del agua y las embestidas de Tamerlán (del que hablaré más adelante aquí), Khiva se convirtió en 1592 en la capital de Corasmia, viviendo una etapa de esplendor, en particular, debido al tráfico de esclavos. Este “kanato” (similar a “reino” pero en este caso deriva de la herencia mongola de “Khan”) de Khiva duraría 3 siglos más hasta que se vio sometido primero a los persas, luego al imperio ruso, y por último, a los bolcheviques, hasta prácticamente nuestros días, con el desmembramiento de la URSS y la actual Uzbekistán.
Quizá una decepción que se puede llevar un viajero con ganas de contemplar una urbe anclada cientos de años en el pasado, es que prácticamente todo lo que se muestra ante tus ojos es una urbe en el que sus edificios más característicos datan del SXVIII al SXX, coincidiendo con el esplendor del khanato de Khiva. Tened en cuenta que prácticamente todos los edificios que se pueden contemplar en Asia Central han sido arrasados en varias ocasiones, en particular, por los despiadados mongoles en los SXIII y SIV (¡destruyeron la friolera del 90% de los edificios existentes en la época!), por lo que es muy difícil encontrar una estructura acabada anterior a estos siglos. Las embestidas persas y las de los bolcheviques tampoco ayudaron nada. Si acaso, el Ichon-Qala se salvó porque las autoridades soviéticas usaron gran parte de los edificios situados en la ciudadela con fines de oficina y administrativos durante el SXX.
Comienza la visita por la ciudad museo de Khiva
La visita turística a Khiva puede realizarse en un intenso día perfectamente, y tener tiempo para deambular y perderse por sus calles, volver al atardecer y dar un último paseo a la luz de la luna, admirando la iluminación cuidadamente colocada por toda la ciudadela.
Nosotros nos adentramos en la ciudad amurallada por una de las cuatro puertas (Puerta Oeste – Ota-Darvoza o puerta del padre). Entrando desde fuera, se ve una auténtica puerta del desierto acompañada de dos torres gemelas a sus lados (reconstrucción de los años 70) que te traslada a la entrada de una ciudad en medio del más árido desierto, en la que por fin encuentras civilización y encuentras cobijo para pasar la noche. Las murallas son espectaculares. Construidas inicialmente en los S V-IV AC, han sido destruidas y reconstruidas hasta las que vemos hoy en día, de 8-10 metros de altura, 6-8 metros de ancha y unos 2250 metros de largo. Cada 30 metros podemos apreciar torres defensivas que las hace más imponentes, si cabe.
Una vez tienes la suerte de entrar por la puerta, sin necesidad de acudir a la escalada de las mismas, compras el ticket que te dará acceso a todos los puntos de interés de la ciudad amurallada durante el día de visita.
La Madraza de Mohammed Amin Khan y el Minarete Kalta Minor
Una vez entras por la puerta de Ota-Darvoza y caminas unos 200 metros, te encuentras a mano derecha, una de las estampas más impresionantes y generadoras de piropos de la ciudad de Khiva. A medida que subes unas escaleras bajo un arco ojival o apuntado aparece ante ti, una de las madrazas más impresionantes que veré en el recorrido por Uzbekistán, la madraza de Mohammed Amin Khan, que data de 1851-52.
¿qué es una madraza?
Cuando era adolescente leí un gran libro de viajes, “el Médico” de “Noah Gordon”, biografía imprescindible antes de aventurarte por una ruta en Uzbekistán o Irán. El libro trata de la vida de Rob J. Cole, hijo de una familia de carpinteros que tras quedarse huérfano y sin hogar, tras una lucha increíble por la supervivencia en el oscuro y gris Londres del SXI, decide partir en una arriesgada travesía a través de Europa, hasta llegar a Persia, lugar de mayor esplendor del mundo en la época. Hubo un momento en el que el Islam era sinónimo del máximo esplendor, de excelsa cultura y suponía la vanguardia de la humanidad. Esa es la época en la que se basa el libro. Rob, al llegar allí, conoce al mejor médico de la época – Ibn Sina o Avicena – y, con todas sus fuerzas, logra que le acepten en la madraza de Isfahán (en la actual Persia o Irán) para estudiar medicina.
El libro te traslada a estos lugares donde te imaginas cómo era vivir aquí hace cientos de años, y uno de los lugares que mejor describe en el libro son las madrazas. Eran lugares de estudio, escuelas o similar a la universidad, que primariamente es una escuela religiosa donde se imparte el Corán, pero que también se aprende derecho, filosofía, medicina, entre otras especialidades.
Estilo y arquitectura de las madrazas que nos acompañará en todo el viaje.
Lo que más llama la atención de las madrazas es la parte central del edificio, a lo que llaman iwán. Este elemento consiste en un gran porche bajo un arco ojival, un espacio rectangular, generalmente abovedado, cerrado por muros en tres de sus lados, estando el otro abierto. La entrada al iwan se llama pishtaq, y que podemos ver decorado por bandas de caligrafía, diseños geométricos o azulejos. Una pincelada para recordar el edificio más famoso que usa esta figura del iwán. Exacto, el Taj Mahal.
Al menos en muchas de las madrazas que vimos en Uzbekistán, el iwán es la parte central o la de entrada a la misma, y el resto del edificio suelen ser dos niveles o plantas con estancias o porches imitando la forma del iwán, con formas simétricas rectangulares, y dentro del perímetro rectangular, nos encontramos formas acabadas en arcos ojivales, donde se aprecian cada una de las ventanas del edificio. En la parte de arriba se suelen apreciar cúpulas, ya sean azulejadas de estilo persa (que veremos que son más llamativas en Bukhara o en Samarkanda) o cúpulas más discretas marrones que se mimetizan con el adobe y el desierto.
El iwán de la madraza de Mohammed Amin Khan presenta figuras geométricas, caligrafía y fondos en distintos tonos azules combinado con ladrillo. La bóveda del techo del porche es de tono azulado y presenta también múltiples formas geométricas. Más allá del iwán, el resto del edificio lo completan las estancias tal y como describo en el anterior párrafo, que terminan formando en el interior un inmenso patio. Es decir, la estructura entera es de forma rectangular vista desde arriba, y la puerta de entrada es el iwán. En la parte de arriba, se pueden apreciar algunas cúpulas más grandes discretas de color marrón y algunas de menor tamaño con un color azul turquesa.
La guinda a esta primera imagen de Uzbekistán que te deja boquiabierto la pone el minarete de Kalta Minor, que se encuentra en el lado derecho del iwán de la madraza. Se trata de una impresionante y robusta torre, colorida con una infinidad de tonalidades azules que te dejan al borde del K.O. Te tienes que sentar y contemplarlo en silencio para valorar el mágico lugar donde te encuentras. Kalta Minor es un minarete único en la ciudad de Khiva, y diría en casi el resto del país, que empezó a construirse en 1851 bajo el reinado del comentado Mohammed Amin Khan, quien pretendía construir un minarete tan alto que le permitiera ver Bukhara desde lo más alto. Desafortunadamente, debido a su prematura muerte, no pudo lograr su deseo y nunca pudo terminarse. El minarete está incompleto. Se estima que pudiera haber alcanzado los 70-80 metros de altura, habiendo sido la estructura más alta de toda Asia Central, sin embargo, tan solo se ha quedado en 29 metros de altura. Eso sí, con un magnífico diámetro de 14,5 metros.
Una vez contemplado la espectacular imagen del iwán de la madraza junto al minarete puedes entrar dentro de la madraza, directamente a un patio sencillo. Existen un total de 130 celdas duales (hujras), en el que, de acuerdo con los documentos históricos, vivían y estudiaban en su día unos 260 alumnos. La madraza también albergaba una gran biblioteca e incluso la administración de la Corte Suprema de Justicia. Sin embargo, el uso que se le da hoy es de un hotel desde 1973. Acordaos que el carácter laico de Uzbekistán hace que estas madrazas no hayan recuperado su fin original por lo que dejó de tener función de escuela religiosa desde prácticamente el SXIX.
A continuación Khiva, la mágica ciudad del desierto (segunda parte).