Continuación de Buenos Aires en 2 días: Recoleta, Palermo, San Telmo y el colorido barrio de La Boca.
Nuestro último día en Buenos Aires lo dedicamos a recorrer algunas de sus avenidas más emblemáticas, a sorprendernos con la arquitectura monumental y a cerrar el viaje junto al río, entre luces y reflejos de Puerto Madero.

Sin embargo, antes de meterme en el recorrido en sí, quería hablar del Río de la Plata y sus curiosidades. La envergadura de esta desembocadura se puede ver parcialmente desde el avión y a la salida (o a la entrada) del aeropuerto internacional Jorge Newbery.
El Río de la Plata: un mar disfrazado de río
El Río de la Plata se forma en la confluencia de los ríos Paraná y Uruguay, y se abre en un estuario inmenso que baña Buenos Aires y Montevideo. En su parte más ancha llega a medir más de 200 kilómetros de costa a costa, lo que lo convierte en el río más ancho del planeta.

Desde la ciudad, la vista es engañosa: la extensión del agua es tan grande que el horizonte se pierde de vista, y parece que uno está frente al mar. Por eso, muchos viajeros lo confunden con el océano. Además, el color marrón de sus aguas, debido a los sedimentos que arrastran el Paraná y el Uruguay, refuerza la sensación de inmensidad.
Por qué los argentinos lo destacan tanto
Para los porteños, el Río de la Plata es parte de la identidad:
- Es la puerta de entrada histórica de inmigrantes europeos.
- Ha sido escenario de batallas navales durante la independencia.
- Hoy es marco de paseos, deportes náuticos y de la vida moderna de barrios como Puerto Madero y la Costanera.
Se jactan de él porque, aunque no tiene el caudal ni la longitud del Amazonas, sí es único en el mundo por su amplitud. Decir que Buenos Aires está a orillas del río más ancho del planeta es un motivo de orgullo, y una manera de resaltar su singularidad geográfica. Personalmente, este argumento está cogido por pinzas ya que realmente se puede tratar perfectamente de una desembocadura donde hay algo de salinidad, pero claro, los argentinos lo llevan a su terreno.
A menudo escucharás a argentinos bromear diciendo que en Buenos Aires “tenemos mar”, pero siempre aclaran: es el Río de la Plata. Es como si la ciudad viviera de espaldas a un mar dulce, inmenso y marrón, que no tiene olas oceánicas, pero sí la inmensidad de un horizonte infinito.
El Río de la Plata: el mar marrón que confundió a los exploradores
El Río de la Plata no solo sorprende hoy por su inmensidad y su color marrón; también desconcertó a los primeros europeos que llegaron a Sudamérica. Cuando la expedición de Fernando de Magallanes (que volveremos a mencionar en el artículo dedicado a Ushuaia) emprendió la primera vuelta al mundo (1519), al llegar a estas aguas creyeron haber encontrado el ansiado paso hacia el Pacífico.

En aquel entonces, el río era tan ancho y profundo que parecía un verdadero mar interior. Pero pronto se dieron cuenta del error: no era un estrecho que conectaba océanos, sino la desembocadura de un sistema fluvial gigantesco, el que forman el Paraná y el Uruguay. El navegante Juan Díaz de Solís, años antes, ya había explorado esta zona y también pensó que era una vía hacia el oriente.
El nombre mismo, Río de la Plata, refleja las ilusiones de riqueza: los españoles creían que sus aguas los llevarían a la Sierra del Plata, un supuesto reino de metales preciosos en el interior del continente.
El color marrón terroso del río, lejos de restarle belleza, es parte de su carácter. Proviene de los sedimentos arrastrados por miles de kilómetros desde el norte del continente. Así, cuando uno se para en Puerto Madero o en la Costanera y mira el horizonte infinito, parece estar frente a un mar… pero es un mar dulce, nacido de las entrañas del continente.

La avenida 9 de julio, el obelisco y sus edificios emblemáticos: la postal porteña
Arrancamos en la Avenida 9 de Julio, una de las más anchas del mundo. Cruzarla a pie es casi una aventura: tiene hasta 140 metros de ancho y varios carriles de tráfico, pero el semáforo invita a detenerse en medio para contemplar la ciudad en movimiento.

Fue inaugurada en 1937 y diseñada como una de las arterias más monumentales del mundo. A lo largo de sus más de 3 kilómetros, se levantan edificios que hablan tanto del poder político como de la vida cultural de Buenos Aires.
En el centro se levanta el Obelisco, construido en 1936 para conmemorar los 400 años de la primera fundación de Buenos Aires. Hoy es símbolo de la ciudad, lugar de celebraciones deportivas y protestas sociales. Lo rodean carteles luminosos, cafés y teatros de la Avenida Corrientes, que completan el paisaje urbano más vibrante de Buenos Aires.

El Ministerio de Salud y el Mural de Evita
En la intersección con la Avenida Belgrano se alza el Edificio del Ministerio de Salud y Desarrollo Social, construido en 1936 con un estilo racionalista. Su estructura imponente se hizo mundialmente famosa en 2011, cuando se inauguraron los murales gigantes de Eva Perón.

En sus dos fachadas, mirando hacia el sur y hacia el norte, aparecen dos retratos distintos de Evita:
- En uno, con gesto combativo, micrófono en mano, evocando sus discursos apasionados desde la Casa Rosada.
- En el otro, con una expresión más serena, como símbolo de dignidad y justicia social.
Las obras, de más de 30 metros de alto, fueron realizadas por el artista Alejandro Marmo y se han convertido en un ícono contemporáneo de la ciudad. Para los porteños, pasar por la 9 de Julio y ver a Evita es recordar la intensidad de la historia argentina.
Otros edificios notables
- Teatro Colón: frente a la avenida, joya cultural de la ciudad, inaugurado en 1908.
- Torre Massuh y Torre Galicia: reflejo de la modernización arquitectónica de fines del siglo XX.
- Edificio de la Secretaría de Comunicaciones: con su estilo art déco sobrio.
- Hoteles históricos, como el Panamericano, que ofrecen terrazas con vistas privilegiadas al Obelisco y a la avenida iluminada de noche.
Una avenida monumental
Caminar por la 9 de Julio es sentirse en un escenario urbano que resume Buenos Aires: el Obelisco como centro, los carteles luminosos de Corrientes aportando color, el Teatro Colón evocando grandeza cultural y el mural de Evita recordando la fuerza de lo popular. Es, sin dudas, la postal más poderosa de la ciudad.
El Teatro Colón: la joya lírica de Buenos Aires
Frente a la Avenida 9 de Julio, imponente y elegante, se levanta el Teatro Colón, considerado uno de los mejores teatros de ópera del mundo. Solo verlo desde fuera ya es un espectáculo: su fachada de estilo ecléctico, con influencias renacentistas italianas y detalles franceses, parece traer a Buenos Aires la atmósfera de las grandes capitales europeas de comienzos del siglo XX.

El Colón abrió sus puertas en 1908, después de casi veinte años de construcción. Su arquitecto, Víctor Meano, quiso dotar a la ciudad de un teatro que estuviera a la altura de París, Viena o Milán, y lo consiguió. En su inauguración se representó Aida de Verdi, como un manifiesto de grandeza cultural para un país que vivía su época dorada.
Lo que realmente ha hecho legendario al Colón es su acústica, considerada entre las cinco mejores del planeta. Músicos y cantantes coinciden en que cantar allí es una experiencia única: la voz se proyecta con una claridad y un volumen que parecen mágicos, sin necesidad de micrófonos. Por eso grandes figuras como Caruso, Callas, Pavarotti, Plácido Domingo y Martha Argerich lo han descrito como un templo incomparable.
El interior consta de:
- La sala principal, en forma de herradura, puede albergar a más de 2.400 espectadores. Sus palcos dorados, arañas de cristal y butacas rojas crean un marco fastuoso.
- La cúpula pintada por Raúl Soldi en 1966 añade un toque moderno a un edificio clásico.
- Los salones de mármol, espejos y vitrales recuerdan a los palacios europeos y transmiten la elegancia de la Belle Époque porteña.

El Colón sigue en plena actividad, con temporadas de ópera, ballet y conciertos sinfónicos de primer nivel. Además, ofrece visitas guiadas que permiten conocer sus salones y su historia incluso a quienes no asisten a un espectáculo.
La Avenida de Mayo: palacios y cafés
Seguimos caminando por la Avenida de Mayo, un boulevard inspirado en los parisinos, inaugurado en 1894 para unir la Casa Rosada con el Congreso. Sus edificios muestran cúpulas afrancesadas, balcones de hierro y detalles modernistas.
Uno de los que más me llamaron la atención es el Palacio Barolo, de 1923, obra del arquitecto Mario Palanti, inspirado en La Divina Comedia de Dante. Con su faro en lo alto, fue en su momento el edificio más alto de Sudamérica.

La avenida también es famosa por sus cafés notables, como el Café Tortoni, refugio de escritores, artistas y políticos desde el siglo XIX.
El Palacio del Congreso Nacional: la cúpula verde de la república
Al llegar a la Plaza del Congreso, lo primero que impacta es la silueta imponente del Palacio del Congreso Nacional Argentino, con su enorme cúpula de cobre verde, visible desde distintos puntos de la ciudad. Es la sede del Poder Legislativo, donde albergan las sesiones las cámaras de diputados y senadores, y uno de los edificios más majestuosos de Buenos Aires.

La construcción comenzó en 1897, cuando Argentina vivía una etapa de prosperidad y buscaba mostrar su modernidad al mundo. Fue inaugurado en 1906, aunque las obras se extendieron hasta 1946. El arquitecto Víctor Meano, también autor del Teatro Colón, le dio un estilo neoclásico monumental inspirado en el Capitolio de Washington y en los parlamentos europeos.
Su cúpula, de 80 metros de altura, se convirtió en un ícono urbano. Al caer la tarde, cuando el sol se refleja en el cobre oxidado, el edificio adquiere un tono dorado-verdoso que contrasta con los adoquines de la plaza.

Aunque solo lo vimos por fuera, el interior del Congreso guarda espacios que impresionan:
- El Salón Azul, donde juran los presidentes.
- El Salón de Pasos Perdidos, con arañas de bronce y mármol de Carrara.
- Las bibliotecas, con miles de volúmenes históricos.
Cada detalle está pensado para transmitir grandeza institucional, con esculturas alegóricas a la República, la Justicia y la Libertad.
Símbolo de democracia y tensiones
El Congreso es también un espacio vivo: en sus escalinatas y en la plaza se realizan manifestaciones, protestas y celebraciones populares. Allí se debaten leyes que marcan el rumbo del país, desde la nacionalización de empresas hasta el matrimonio igualitario. La imagen de la cúpula iluminada por la noche, rodeada de banderas y cantos, refleja tanto la vitalidad democrática como las tensiones que caracterizan a Argentina.
Balvanera: un barrio auténtico
Por la tarde nos adentramos en Balvanera, un barrio menos turístico pero lleno de vida y contrastes. Sus calles combinan viejos edificios de renta, tiendas de repuestos, librerías de viejo y templos de distintas confesiones.
Es también un barrio con gran peso en la historia de la inmigración: aquí se instalaron comunidades italianas, judías y españolas, que dejaron su huella en la gastronomía y en la vida barrial. Entre sus calles se encuentran algunos de los templos más importantes:
- La Basílica de Nuestra Señora de Balvanera, de origen colonial.
- La Congregación Israelita de la República Argentina, que recuerda la fuerte presencia judía en la zona (y de ahí la proliferación de joyerías).
- La Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, de estilo neogótico.
Además, Balvanera es cuna del tango: en la calle Guardia Vieja nació el mítico Carlos Gardel, y hoy un pasaje con murales lo recuerda como el “Zorzal Criollo”.
Caminamos entre comercios populares, viejas casas y cafés tradicionales. A diferencia de Palermo o Recoleta, Balvanera se muestra auténtica, caótica y profundamente porteña: aquí se siente el pulso cotidiano de la ciudad, lejos de los circuitos turísticos más pulidos.
Puerto Madero: el rostro moderno de Buenos Aires
Llegamos a Puerto Madero al final del día, cuando el sol comenzaba a caer y el cielo se teñía de tonos rosados y anaranjados. Fue como entrar en otra ciudad: rascacielos de vidrio y acero se reflejaban en los espejos de agua de los antiguos diques, mientras la brisa del Río de la Plata refrescaba el ambiente.

De puerto abandonado a barrio de vanguardia
El origen de Puerto Madero está en el proyecto del comerciante Eduardo Madero, que en 1887 ideó un puerto moderno para la ciudad. Su estructura, con diques y depósitos de ladrillo, quedó obsoleta pocas décadas después y cayó en abandono. En los años 90 comenzó una profunda reconversión: los galpones se transformaron en restaurantes y oficinas, y las torres residenciales más exclusivas del país comenzaron a levantarse alrededor. Hoy es el barrio más nuevo y lujoso de Buenos Aires, y seguramente uno de los más seguros (o al menos esa impresión me dio).

Un paseo entre diques y puentes
Caminamos por los senderos peatonales junto a los diques, cruzando puentes y mirando cómo los viejos depósitos conviven con los rascacielos. El Puente de la Mujer, diseñado por Santiago Calatrava, es el gran ícono: una pasarela blanca y estilizada que representa a una pareja bailando tango. Al anochecer, iluminado, ofrece una de las postales más bellas de la ciudad.

En las dársenas descansan embarcaciones históricas como la Fragata Sarmiento y la Corbeta Uruguay, que se pueden visitar como museos flotantes y cuentan la historia naval argentina.

Gastronomía y vida nocturna (Cabaña Las Lilas)
Puerto Madero es también uno de los centros gastronómicos más sofisticados de Buenos Aires. Parrillas de primer nivel, restaurantes de cocina internacional y bares con vistas al río atraen tanto a turistas como a ejecutivos porteños. Nosotros cenamos en Cabaña Las Lilas, una parrilla de referencia que combina carne argentina de primera con servicio impecable y una bodega de vinos de todo el país. Fue un cierre perfecto para el viaje: el ritual del asado elevado a su máxima expresión, con las luces de la ciudad reflejándose en el agua.

Resumen del día 3
✔ Avenida 9 de Julio y Obelisco: la postal porteña.
✔ Teatro Colón y Avenida de Mayo: Belle Époque y modernismo.
✔ Plaza del Congreso: política y arquitectura monumental.
✔ Balvanera: autenticidad, inmigración y tango.
✔ Puerto Madero: modernidad y cena de lujo en Las Lilas.
Un día que resumió el espíritu de Buenos Aires: la tradición y la modernidad conviviendo en una misma ciudad.
Preguntas frecuentes sobre el tercer día en Buenos Aires
¿Vale la pena subir al Obelisco?
El Obelisco no se puede visitar por dentro, pero su entorno es ideal para fotos y sentir la energía de la ciudad.
¿Se puede visitar el Teatro Colón sin asistir a un espectáculo?
Sí, hay visitas guiadas diarias que muestran la sala principal y los salones históricos. Son muy recomendadas.
¿Qué importancia tiene la Avenida de Mayo?
Une la Casa Rosada con el Congreso. Es un boulevard lleno de cúpulas, cafés históricos y edificios como el Palacio Barolo.
¿Se puede entrar al Congreso?
Sí, el Congreso ofrece visitas guiadas gratuitas en días hábiles, aunque conviene reservar. Aun desde afuera, la cúpula verde impresiona.
¿Cómo es el barrio de Balvanera?
Balvanera es auténtico y multicultural, cuna del tango y barrio natal de Gardel. Ofrece templos, cafés y vida barrial intensa.
¿Qué hacer en Puerto Madero al atardecer?
Caminar junto a los diques, cruzar el Puente de la Mujer, visitar los barcos-museo y cenar en parrillas de primer nivel como Las Lilas.
¿Es caro comer en Puerto Madero?
Sí, es la zona más exclusiva de la ciudad. Conviene reservar y considerar que los precios son más altos que en otros barrios.
Conclusión: tres días para entender Buenos Aires
En tres días descubrimos que Buenos Aires es una ciudad de mil rostros. Caminamos desde la solemnidad de la Plaza de Mayo hasta la intimidad del Cementerio de la Recoleta; sentimos la bohemia de San Telmo, el color vibrante de La Boca y la modernidad de Puerto Madero.

El viaje fue también un recorrido por la historia argentina: héroes de la independencia, la figura inmortal de Evita, la pasión del tango y el fervor de Boca Juniors. Probamos el asado con Malbec, nos perdimos entre librerías y cafés históricos, y entendimos que aquí cada barrio cuenta un relato distinto, pero todos comparten un mismo pulso: la pasión porteña.
Buenos Aires no se recorre solo con los pies: se siente en cada esquina, en cada abrazo de tango, en cada mate compartido. Y tras tres días intensos, nos llevamos la certeza de que es una ciudad que siempre invita a volver.
A continuación Trekking en el glaciar Perito Moreno: caminar sobre el hielo en Patagonia.