Continuación de De Helsinki a Tallin: cruzando el mar Báltico en ferry.
Recorrido por la ciudad baja y alta, algunas torres defensivas como Kiek in de Kök y el ayuntamiento
Historia de Tallin: de la Edad Media a la Era Digital
Los orígenes y la Edad Media
Tallin, conocida en la antigüedad como Reval, tiene sus raíces en asentamientos ya en el siglo X, cuando los pueblos estonios aprovecharon la estratégica ubicación del puerto natural en el golfo de Finlandia. En particular, la primera mención de Tallin se remonta a 1154, cuando el geógrafo árabe al-Idrisi en su obra “Recreo de quien quiera andar por la tierra” describió una ciudad llamada Kolyvan (en su escritura original Quoluwany). La ciudad empezó a crecer en torno a la colina de Toompea, un punto defensivo ideal.

En 1219, los cruzados daneses, de la mano del rey Valdemar II de Dinamarca conquistó la ciudad, fundando lo que sería la Tallin medieval. De esa época nace la leyenda de la bandera danesa (Dannebrog), que según la tradición cayó del cielo durante la batalla en Toompea.
Durante los siglos XIII y XIV, Tallin se integró en la Liga Hanseática, una poderosa red de comercio que unía puertos desde Lübeck hasta Novgorod. Esto trajo prosperidad, mercaderes alemanes, iglesias góticas y las murallas que aún hoy impresionan a los visitantes.
Tallin y la Liga Hanseática
La Liga Hanseática fue una alianza de ciudades comerciales del norte de Europa que floreció entre los siglos XIII y XVII. Con sede espiritual en Lübeck (Alemania), unió a más de 200 ciudades desde Flandes hasta Rusia bajo un mismo interés: proteger y expandir el comercio marítimo y terrestre del Báltico y el mar del Norte.
Tallin, entonces conocida como Reval, entró en la Liga en el siglo XIII, y eso marcó un antes y un después en su historia. Gracias a su posición estratégica en la ruta entre Novgorod (Rusia) y las ciudades alemanas y escandinavas, se convirtió en un punto de parada obligado para barcos cargados de sal, grano, pieles, miel y pescado.

Cómo transformó Tallin la Liga Hanseática
- Prosperidad económica: llegaron mercaderes alemanes y con ellos nuevas técnicas de comercio y de organización urbana.
- Arquitectura gótica: muchas de las casas de mercaderes que hoy vemos en la ciudad vieja —con fachadas estrechas, techos inclinados y almacenes en la parte superior— se construyeron en esa época.
- Instituciones: la ciudad tuvo su propio ayuntamiento (el más antiguo del norte de Europa que aún se conserva) y una plaza central que funcionaba como corazón comercial.
- Murallas y defensa: la riqueza trajo amenazas, y por eso Tallin levantó las imponentes murallas y torres que hoy todavía se pueden recorrer.
Un ambiente multicultural

La Hanseática convirtió Tallin en una ciudad cosmopolita para su época. Mercaderes alemanes, daneses, suecos y rusos convivían en la ciudad, dejando huella en la gastronomía, el idioma y las tradiciones.
Aunque la Liga empezó a decaer en el siglo XVI, su influencia marcó para siempre la identidad de Tallin. Hoy, pasear por el casco histórico es entrar en un auténtico escenario hanseático, tan bien conservado que en muchos rincones parece que el tiempo se detuvo en la Edad Media.
Siglos de dominio extranjero
A lo largo de su historia, Tallin pasó por las manos de diferentes potencias:
- Suecia (1561-1710): bajo su dominio, la ciudad se convirtió en una plaza fuerte del Báltico.
- Rusia zarista (1710-1918): Pedro el Grande la anexionó al Imperio ruso tras la Gran Guerra del Norte. Tallin siguió siendo un puerto estratégico, aunque conservó su aire germánico y medieval.
Independencia y guerra
La idea de nación independiente surgió en 1884 tras la creación de la Unión de Estudiantes de Tallin, sin embargo no fue hasta después de la Primera Guerra Mundial, donde Estonia proclamó su independencia en 1918 y Tallin se convirtió en su capital. Fue un breve respiro, porque en 1940 llegó la ocupación soviética tras el tratado de los Nazis con la Unión Soviética, seguida por los propios nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y de nuevo la URSS desde 1944 hasta 1991.
Justo después de la Segunda Guerra Mundial, y al igual que ocurrió en otros lugares de Europa, como en la región de Transilvania de Rumanía, por citar un ejemplo, los alemanes abandonaron la región.
Durante la época soviética, Tallin se industrializó, pero también se vio limitada en su apertura al mundo. En 1949 hubo una deportación masiva de estonios a Siberia. Tras muchos años de represión comunista, en 1989 se convirtió en uno de los focos de la llamada Revolución Cantada, donde miles de estonios cantaron himnos patrióticos en conciertos masivos como forma de protesta pacífica contra el régimen soviético.
Tallin en la actualidad
Con la caída de la URSS en 1991, Estonia recuperó su independencia y Tallin floreció de nuevo como capital de un país democrático y abierto a Europa. Desde 2004 forma parte de la Unión Europea y la OTAN, y ha sabido combinar su historia medieval con una modernidad sorprendente.
Hoy Tallin es conocida como la “Silicon Valley del Báltico”, con un ecosistema tecnológico puntero (aquí nació Skype y han facilitado las obtenciones de los pasaportes electrónicos dando lugar a que sea residencia electrónica de nómadas digitales), mientras mantiene intacto su casco histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997. Caminar por sus calles es como retroceder a la Edad Media, con murallas, torres y tejados rojos, pero también con cafeterías modernas, restaurantes creativos y un aire cosmopolita.
El origen de los estonios
Los estonios pertenecen al grupo de pueblos ugrofineses, cuyo origen remoto está en las regiones cercanas a los montes Urales. Hace miles de años, estas poblaciones migraron hacia el oeste, asentándose en lo que hoy es Estonia, Finlandia y Hungría (aunque este último grupo tomó un rumbo más al sur).

A diferencia de sus vecinos bálticos y eslavos, los estonios no tienen raíces indoeuropeas. Esto se nota sobre todo en su idioma: el estonio pertenece a la familia fino-ugria, como el finlandés y el húngaro, aunque con diferencias notables.
Por tanto, un estonio tiene mucho más que ver con un finlandés que con un letón o lituano, por mucho que siempre nos guste encuadrar los países bálticos dentro de un mismo conjunto. Aun así, por proximidad, hay muchos aspectos geográfico-históricos comunes a los tres países (invasores comunes, un mar en común, etc.).
El idioma y su relación con Finlandia
El estonio y el finlandés son lenguas hermanas, hasta el punto de que un finlandés y un estonio pueden entenderse en parte, aunque con esfuerzo (se calcula que hay entre un 30% y un 40% de inteligibilidad mutua).
- Ejemplo: la palabra “agua” es vesi en finlandés y vesi también en estonio.
- Pero otras cambian en pronunciación y estructura, lo que hace que suene familiar pero no idéntico.
Los dos idiomas comparten características curiosas para los hispanohablantes:
- No tienen género gramatical (no existe el “él/ella”, todo es “tema”).
- No usan artículos.
- Son lenguas muy ricas en casos gramaticales (el estonio tiene 14 y el finlandés 15), lo que complica mucho su aprendizaje para extranjeros.
Relación histórica con Finlandia
Estonia y Finlandia comparten mucho más que el idioma:

- Cultura y folklore: mitos, cantos y tradiciones que recuerdan a un origen común.
- Relación política: durante siglos estuvieron separados por potencias extranjeras (Suecia, Rusia, Dinamarca), pero la cercanía geográfica siempre mantuvo un vínculo.
- La “hermandad báltica”: en el siglo XX, Finlandia fue vista como un hermano mayor y modelo para Estonia. Durante la ocupación soviética, los estonios escuchaban clandestinamente la televisión finlandesa, que se convirtió en una ventana a Occidente.
- Tras la independencia en 1991, Finlandia jugó un papel importante en apoyar el desarrollo económico y la entrada de Estonia en la UE.
La bandera estonia: de la unión a símbolo nacional
Lo más trascendental de este grupo fue que en 1884, en la ciudad de Otepää, bendijeron por primera vez la bandera azul, negra y blanca que hoy ondea sobre la torre de Pikk Hermann en Toompea.
- Azul: representa el cielo y la fidelidad.
- Negro: simboliza la tierra y las penurias históricas del pueblo estonio.
- Blanco: alude a la esperanza y la búsqueda de libertad.
Aunque en su origen fue un estandarte estudiantil, pronto se convirtió en el emblema de todo el movimiento nacional estonio. Durante la independencia de 1918, fue adoptada oficialmente como la bandera del país. Tras la ocupación soviética fue prohibida, pero regresó con fuerza en 1991, y hoy es uno de los símbolos más queridos por los estonios.

Qué ver en Tallin el primer día
Si tuviera que definir a Tallin con una frase es un “museo a cielo abierto”, una ciudad de cuento de hadas que invita a sumergirte en una ciudad amurallada, con torres, castillos e iglesias de postal.
Nada más llegar a Tallin, decidimos empezar fuerte: con un free tour que partía de la Plaza de la Libertad (Vabaduse väljak), uno de los lugares más simbólicos de la ciudad.
Plaza de la Libertad: un escenario de historia cambiante
El guía nos explicó que esta plaza, hoy un punto de encuentro para conciertos y celebraciones nacionales, ha cambiado de nombre y de función tantas veces como invasores ha tenido Estonia. Durante la ocupación rusa (Plaza de Pedro), la nazi y después la soviética (la Plaza de la Victoria), el espacio se transformó para reflejar los ideales de cada régimen. Hoy, sin embargo, la plaza rinde homenaje a la independencia estonia, con una gran cruz iluminada que recuerda a los caídos en la Guerra de la Independencia (1918–1920) y también hace un guiño a su origen medieval.


Desde aquí aprendimos algo fundamental para entender Tallin: la ciudad está dividida en la ciudad baja (donde vivían comerciantes y artesanos) y la ciudad alta o Toompea (el centro del poder político y religioso). Esa dualidad marcó su historia durante siglos.
La ciudad alta y la ciudad baja: dos mundos en una misma Tallin
Uno de los aspectos más fascinantes de Tallin es que no fue siempre una sola ciudad, sino dos urbes distintas que convivieron, compitieron y se vigilaron mutuamente durante siglos.
La ciudad alta: Toompea, el poder de los señores
En lo alto de la colina se alza la ciudad alta, conocida como Toompea. Aquí se concentraba el poder político y religioso. Era el lugar de los caballeros, los gobernadores extranjeros y la nobleza alemana que controlaba Estonia durante la Edad Media.

Toompea era un espacio cerrado y elitista:
- Estaba protegido por su propia muralla.
- Albergaba el castillo de Toompea, centro militar y hoy sede del Parlamento.
- Reunía las iglesias más influyentes, como la St Mary’s Cathedral, asociada a la nobleza germana.
Vivir en Toompea era pertenecer a la clase dominante, alejada del bullicio comercial. Desde allí arriba se gobernaba la ciudad baja y se mantenía un control casi simbólico, con la vista permanente sobre quienes producían la riqueza.

La ciudad baja: el mundo de los comerciantes
Al pie de la colina, rodeada de murallas más amplias, se extendía la ciudad baja, la auténtica Tallin hanseática. Aquí vivían los mercaderes, artesanos y marineros. Era una ciudad vibrante, abierta al comercio con el imperio ruso, Alemania, Dinamarca y Suecia gracias a su puerto.
La ciudad baja tenía su propio ayuntamiento, su plaza del mercado y sus gremios de artesanos. Era el centro económico, donde se tejían las redes de la Liga Hanseática. Sus casas de piedra con fachadas estrechas y almacenes en el piso superior todavía hoy muestran el carácter práctico de una ciudad que vivía del intercambio.

Dos ciudades en una
Durante siglos, la ciudad alta y la baja funcionaron casi como entidades separadas, con sus propias murallas, leyes y privilegios. Toompea representaba el poder feudal y militar, mientras la ciudad baja simbolizaba la riqueza burguesa y comercial.
Ese contraste se percibe aún al pasear:
- En la colina, calles más tranquilas, edificios solemnes y una sensación de autoridad.
- Abajo, plazas llenas de vida, callejuelas adoquinadas y casas de mercaderes con ganchos de hierro para subir mercancías.
Hoy ambas forman un mismo conjunto declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, pero el viajero atento todavía puede sentir la tensión histórica entre los dos mundos.
Calles reconstruidas tras la guerra
Pasear por las calles adoquinadas fue como retroceder en el tiempo. Sin embargo, el guía nos hizo notar que gran parte de lo que vemos hoy fue reconstruido después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque el casco histórico mantiene su esencia medieval, los bombardeos dejaron cicatrices que los estonios supieron restaurar con gran fidelidad.

En 1944 Tallin fue salvajemente bombardeado, afectando sobre todo a civiles. Los resultados del mismo fueron unas 3000 bombas, 1000 fallecidos y 20.000 personas se quedaron sin hogar.

Tallitorn: la torre de los establos y Neitsitorn: la torre de la doncella
Justo lindando con Kiek in de Kök, se encuentran las torres de Tallitorn y Neitsitorn. Tallitorn significa literalmente “torre de los establos”. Fue levantada en el siglo XIV y, como su apodo sugiere, estaba vinculada al área donde se guardaban caballos y suministros para la defensa de la ciudad.

Tallitorn no es de las torres más altas ni llamativas, pero sí una de las más robustas. Sus gruesos muros y su posición estratégica la convertían en un punto de apoyo esencial dentro de la red defensiva.
Más conocida y cargada de leyenda es la Neitsitorn, la “torre de la doncella”. Su nombre ha dado pie a múltiples historias: una de las más populares cuenta que aquí estuvieron encerradas mujeres jóvenes, aunque la realidad es que formaba parte del sistema defensivo en el siglo XIV y probablemente se utilizaba como torre de vigilancia y residencia de artilleros.
La leyenda del monje encapuchado
Muy cerca de las torres se encuentra una estatua misteriosa. Se trata de la del monje encapuchado.
Una versión habla de un fraile expulsado del convento por haber roto sus votos. De día vagaba por la colina avergonzado, ocultando el rostro bajo la capucha. Sin embargo, al caer la noche, su figura adquiría un tono más siniestro. Se decía que aprovechaba la oscuridad para cometer delitos en las callejuelas de Tallin: pequeños robos, chantajes e incluso agresiones a quienes encontraban su camino.
Su aspecto encorvado y silencioso sembraba miedo entre los vecinos, que comenzaron a verlo no como un penitente, sino como un espíritu vengativo. Así nació la idea de que el monje encapuchado era un ser condenado, atrapado entre la vida religiosa que había perdido y una vida nocturna marcada por la transgresión.
Con el tiempo, la historia se mezcló con supersticiones y los lugareños aseguraban que su alma en pena seguía rondando las murallas de Toompea, especialmente en las noches de luna. La estatua moderna juega con ese mito: cuando uno la ve en la penumbra, con el rostro cubierto por sombras, realmente transmite esa mezcla de misterio y amenaza.

La torre de Kiek in de Kök: la centinela de Tallin
Mientras caminábamos por las murallas de la ciudad vieja, apareció ante nosotros la imponente torre de Kiek in de Kök, una de las más grandes y fascinantes de Tallin. Su nombre, que en bajo alemán significa literalmente “mirar en la cocina”, arranca sonrisas de los viajeros: se decía que los soldados que vigilaban desde lo alto podían ver, a través de las chimeneas, lo que se cocinaba en las casas de la ciudad baja.

Construida en el siglo XV, esta torre de casi 40 metros de altura y muros de hasta 4 metros de grosor fue el verdadero guardián de Tallin. Desde sus almenas, los defensores podían controlar cualquier intento de ataque enemigo. Durante los siglos XVI y XVII, resistió asedios y cañonazos, y todavía conserva bolas de cañón incrustadas en sus muros como cicatrices de su pasado bélico.
Hoy la torre es mucho más que una reliquia militar: se ha convertido en un museo de historia bélica que transporta al visitante a la Tallin medieval. Uno recorre varias plantas con exposiciones sobre las guerras de Livonia, armaduras, armas antiguas y escenas de asedio que explican cómo la ciudad sobrevivió a tantos siglos de conflicto.
Lo más sorprendente llega al descender hacia los túneles subterráneos, que se conectan con las murallas y que en su día sirvieron de pasadizos secretos, refugios y almacenes.

Desde lo alto de Kiek in de Kök se obtiene también una de las mejores vistas de la ciudad: por un lado, los tejados rojos de la ciudad vieja; por otro, la colina de Toompea con sus iglesias y el Parlamento. Es fácil imaginar a los vigías medievales oteando el horizonte con la misma expectación que lo hacemos los viajeros de hoy.
La leyenda de la bandera danesa
El recorrido continuó con una de las historias más célebres de Estonia: la leyenda del Dannebrog, la bandera de Dinamarca. Según la tradición, durante la batalla de 1219 contra los estonios en Toompea, éstos tendieron una emboscada a los daneses, ofreciéndoles comida y bebida hasta que estuvieron saciados, y aprovechar su fatiga para atacarles. Cuando parecía que los daneses iban a perder, una bandera cayó del cielo y dio la victoria al rey Valdemar II. Desde entonces, ese estandarte rojo con cruz blanca es el símbolo nacional danés. Para Tallin, es un recordatorio de los múltiples pueblos que dejaron su huella en la ciudad.

La colina de Toompea: poder y espiritualidad
Al subir a Toompea, entramos en la zona alta, donde se concentran algunos de los edificios más importantes de la ciudad, y de los que ya hemos mencionado alguno.
El castillo de Toompea: donde late la historia de estonia
Al llegar a la parte alta de Tallin, uno no puede evitar sentirse observado por la silueta imponente del Castillo de Toompea. Desde hace más de ocho siglos, esta fortaleza ha sido el corazón del poder en Estonia, y pasear junto a sus muros es como caminar sobre un libro abierto de historia.
Nuestro guía nos explicó que aquí, en lo alto de la colina, las tribus estonias ya tenían un fuerte de madera en el siglo IX. Después llegaron los daneses, en 1219, y lo transformaron en un castillo de piedra. Aquel fue el inicio de una sucesión de conquistas: alemanes, suecos, rusos… todos quisieron dominar este lugar estratégico desde donde se controla la ciudad baja y el mar Báltico.

Lo curioso es cómo se mezclan las épocas. En un extremo, todavía resisten las murallas medievales y la torre más famosa, la Pikk Hermann (Hermano Largo), que se alza orgullosa con 46 metros de altura. Durante siglos fue símbolo militar, pero hoy lo que más emociona a los estonios es ver ondear en su cima la bandera azul, negra y blanca de su país.

Frente a esa torre medieval, lo que sorprende es la fachada principal del castillo: un elegante edificio rosa con aire barroco, levantado en el siglo XVIII por orden de Catalina la Grande. Esa mezcla —murallas medievales junto a arquitectura imperial rusa— refleja mejor que nada lo que es Estonia: un país pequeño que ha sabido sobrevivir a gigantes invasores.
Hoy el Castillo de Toompea es la sede del Parlamento estonio, el Riigikogu. No siempre es posible entrar y nosotros no pudimos, pero no hace falta cruzar sus puertas para sentir su importancia.

La catedral ortodoxa Alexander Nevsky: la huella rusa en Tallin
Justo enfrente del Castillo de Toompea aparece, imponente, la Catedral ortodoxa Alexander Nevsky de 1900, con sus cúpulas negras en forma de cebolla brillando sobre el cielo báltico.

Es imposible no quedarse unos segundos mirando hacia arriba. Su estilo es inconfundiblemente ruso, con mosaicos coloridos y cruces doradas que contrastan con la sobriedad germánica de las iglesias luteranas cercanas. Fue construida a finales del siglo XIX, cuando Estonia estaba bajo el dominio del Imperio ruso, y no es casualidad: la levantaron justo frente al castillo de Toompea, sede del poder político, como una demostración de fuerza y presencia zarista.

Nuestro guía nos contó que la catedral fue dedicada a Alexander Nevsky, un príncipe ruso del siglo XIII considerado héroe nacional por su victoria sobre los caballeros teutónicos. La elección no fue inocente: en pleno corazón de la vieja Tallin, la iglesia recordaba a los estonios quién mandaba.
Hoy en día, muchos estonios la miran con sentimientos encontrados e incluso se pensó en derribar en algún momento. Por un lado, es uno de los templos más bellos de la ciudad, lleno de iconos, frescos y un ambiente solemne en su interior. Por otro, sigue siendo un recordatorio de una época de dominación extranjera.
Entrar en la catedral fue como hacer un viaje a otro mundo. El olor a incienso, las lámparas colgantes y los fieles encendiendo velas creaban una atmósfera que nos trasladaba directamente a Moscú o San Petersburgo. No se pueden hacer fotos dentro.
St Mary’s Cathedral: la iglesia más antigua de Tallin
Muy cerca de la Alexander Nevsky, casi escondida entre las callejuelas de Toompea, aparece la St Mary’s Cathedral (Toomkirik en estonio). Su fachada blanca y sencilla no impresiona tanto como las cúpulas ortodoxas vecinas, pero cuando uno entra descubre que aquí se guarda buena parte del alma de la ciudad.

Lo que más merece la pena son los tesoros que aguarda el interior de la iglesia.

La iglesia se fundó en el siglo XIII, poco después de la llegada de los daneses, y es considerada la más antigua de Tallin. Originalmente era de madera, pero tras un incendio se reconstruyó en piedra, adoptando un estilo gótico que aún conserva en sus arcos y muros.

Lo que más me sorprendió fue el ambiente de sobriedad nórdica: nada de colores brillantes ni mosaicos, sino un espacio luminoso y austero, propio de la tradición luterana. Sin embargo, los detalles hacen que sea única. En las paredes cuelgan decenas de escudos heráldicos de las familias nobles báltico-alemanas que vivieron aquí durante siglos. Cada uno cuenta una historia: linajes que controlaban el comercio, caballeros de la Liga Hanseática, burgueses que hicieron fortuna con el mar Báltico.

Nuestro guía nos explicó que también hay tumbas de personajes históricos, incluyendo gobernadores suecos y nobles alemanes, lo que convierte la catedral en un auténtico panteón de la historia de Estonia.

Salir de St Mary’s Cathedral fue como volver a pisar varias capas de historia en apenas unos metros: del esplendor ortodoxo ruso en la Alexander Nevsky pasamos a la sobriedad luterana germana. Y todo ello, a escasos pasos del Parlamento estonio. Tallin es, sin duda, un cruce de épocas.
Miradores de Tallin: postales desde lo alto
Terminamos la subida con dos de los miradores más famosos de Tallin:
El mirador de Patkuli: Tallin como en un cuento medieval
Llegar al mirador de Patkuli es como abrir un libro de ilustraciones medievales. Desde este punto elevado, se despliega ante ti la mejor postal de la ciudad baja de Tallin: las murallas, las torres defensivas y los tejados rojos que parecen sacados de un cuento.

Lo primero que llama la atención son las torres de defensa perfectamente conservadas, coronadas con techos puntiagudos de color rojizo. Entre ellas destaca la imponente torre Margarita la Gorda (Paks Margareeta), que custodia la entrada al puerto. A sus pies, las murallas serpentean entre casas de comerciantes, recordando que aquí se encontraba el corazón hanseático de la ciudad.

Más allá, el mar Báltico se extiende como un telón azul en el horizonte. Si el día está despejado, se pueden distinguir los ferries que van y vienen de Helsinki, aunque en nuestro caso, nos estaba cayendo literalmente un vendaval de aguanieve, viento y frío intenso.
Es un lugar perfecto para detenerse unos minutos, dejarse llevar por la panorámica y entender por qué Tallin es una de las capitales medievales mejor conservadas de Europa.
El mirador de Kohtuotsa: la postal más icónica de Tallin
Si hay un lugar que resume en una sola imagen la esencia de Tallin, ese es el mirador de Kohtuotsa. Llegar allí, después de callejear por la parte alta de Toompea, es casi un ritual para cualquier viajero: de pronto, el espacio se abre y frente a ti se despliega una de las vistas más famosas del Báltico.

Desde Kohtuotsa, la ciudad vieja se extiende como un mar de tejados rojos intercalados con torres góticas. La más reconocible es la iglesia de San Olaf (Oleviste kirik), cuya aguja verde, en su época medieval, llegó a ser la más alta del mundo. Verla sobresalir entre los techos es como observar un recordatorio del poderío comercial y religioso que tuvo Tallin en la Liga Hanseática.
Lo mágico de este mirador es el contraste: a la izquierda, la postal medieval con sus murallas y torres defensivas; al fondo, el azul del mar Báltico; y, justo detrás, los rascacielos modernos del distrito financiero, símbolo de la Estonia digital que hoy lidera Europa en innovación tecnológica.

No es casualidad que este sea el mirador más fotografiado de Tallin. La frase pintada en la pared —“The Times We Had”— se ha convertido casi en un icono de Instagram, pero también en un recordatorio de lo efímero y mágico que es viajar.
Ambos lugares ofrecen una postal que condensa la esencia de la ciudad: un equilibrio entre lo medieval y lo contemporáneo.
Cena en Pegasus: un broche perfecto
Después de tanta historia y tanto adoquín, terminamos el día en el restaurante Pegasus, situado en pleno centro. Su carta combina platos modernos con raíces locales, y el ambiente es acogedor, perfecto para descansar tras una jornada intensa. Sin duda, un lugar muy recomendable para cerrar el primer contacto con Tallin.

A continuación Segundo día en Tallin: entre gremios, farmacias y torres medievales.