En nuestro voluntariado en Camerún, país africano de las costa occidental subsahariana, disponíamos de los fines de semana para hacer algo de turismo.
Camerún no es un país turístico. Es un país ciertamente peligroso. Esto es debido a una pobreza extrema de la población y que no existe un estado de derecho como lo concebimos en occidente. Si a esto le sumamos la falta de infraestructura, de educación y una corrupción excesiva del gobierno y de todas las autoridades locales (Camerún ha sido considerado durante varios años en época reciente como el país más corrupto del mundo) y lo metemos en una coctelera nos sale este país. Es curioso que Camerún es un país con una cantidad ingente de recursos donde puedes encontrarte todos los ecosistemas posibles (desierto al norte, selva del Congo, costera, etc.). Es un país con un potencial de posibilidades inmensas. Sin embargo, como es tan frecuente en este tipo de estados, no son capaces de crecer y desarrollarse como deberían. De hecho gran parte de las últimas grandes inversiones fueron realizadas en época colonial – en caso de Camerún, francesa e inglesa.
Teniendo en cuenta la alta criminalidad en las grandes ciudades (Yaoundé y Duala), lo último que quieres es acudir a una comisaría o policía de la zona ya que éstos últimos si podían te iban a exigir un soborno para que no te detengan o se queden con tu pasaporte. Recuerda que Camerún al ser un país que no vive del turismo, el viajero extranjero no está protegido por lo que puede ser objeto de robos o estafas o cualquier acción para sacarle dinero de una manera mucho más fácil que otros lugares en el mundo. Aquí poco puedes hacer para disimular que no eres un viajero con dinero porque el hecho de ser blanco ya presupone que no eres de la zona y que eres rico (al menos comparado con el PIB per cápita de un camerunés).
Alojados durante la semana en un centro misionero en Yaoundé, decidimos ir a pasar el fin de semana en la costa y conocer las playas camerunesas de la ciudad costera de Kribi. Esta ciudad se encuentra a casi 300km de la capital, sin embargo, el viaje en sí es toda una aventura. Después de estar varios días buscando conductor para hacer este trayecto ida y vuelta (olvidaos de autobús o avión o furgoneta turística), por fin encontramos a uno que nos cobró la “módica” suma que ahora no recuerdo exactamente pero que estaba entre 200 y 300 euros para 5 personas – una suma considerable si tenemos en cuenta que es el doble que un salario medio mensual del lugar. Tampoco teníamos mucho que hacer por lo que aceptamos y decidimos emprender el viaje.
Si bien Google Maps te pone que el viaje dura 4 horas y media, el recorrido fue de unas 8 horas debido al lamentable estado de la carretera y la cantidad de controles por parte de la policía militar que lo único que buscaba controlar era su soborno.
De hecho, tenían más posibilidad de parar a un coche si veían que había un blanco a bordo. Si estaban sentados repanchingados y se daban cuenta de que estabas a bordo se levantaban con una agilidad impropia de alguien en su puesto de trabajo en ese país. Afortunadamente nuestro conductor era suficientemente hábil para saber evitarlos. En algunos puestos de control, el conductor directamente aceleraba para evitar que te pararan (sí, en estos sitios puedes acelerar en los puestos de control y no te paran – en otros países como los EEUU directamente te dispararían o te empezarían a perseguir a gran velocidad). En otros, en el que no quedaba más remedio que parar porque nos bloqueaban el paso, funcionaba muy bien hacerse el dormido. Parece que si estás dormido prima respetarte le sueño antes de exigir su comisión.
Después de unas eternas 8 horas en un coche si se le puede llamar así (imaginaos cuatro personas en los asientos de detrás de un coche destartalado que podría dar un infarto a los operarios de cualquier ITV), por fin llegamos a Kribi. Aquí, de noche, estuvimos dando varias vueltas hasta llegar a nuestro alojamiento. Después de tener reservado un alojamiento con antelación, no nos convenció demasiado debido a la oscuridad y a su lejanía de la civilización. Como alternativa, fuimos preguntando en varios sitios hasta quedarnos en el “más aparente” (Palm Beach Plus). Desde fuera parecía un hotel abandonado, dentro era razonable para un país como Camerún. El alojamiento era costosísimo teniendo en cuenta la calidad y el lugar (50 EUR noche persona) pero no íbamos a buscar más ya que se empezaba a adentrar la noche en un lugar de apariencia insegura.
Algunos servicios como el alojamiento o el transporte de media o larga distancia en países del África Subsahariana son carísimos si lo comparamos con el PIB per cápita y nivel medio del lugar. La desigualdad en estos países es altamente llamativa porque un profesor, trabajador o funcionario no puede permitirse un alojamiento en un hotel de Kribi (al menos a precio de turista occidental). En los rankings de países más desiguales o caros en relación con el sueldo siempre nos encontramos a estos países subsaharianos muy arriba.
Después de dejar las maletas en nuestra habitación de apariencia regular (aunque tuvimos la suerte de contar con agua caliente – nuestros compañeros ni siquiera disponían de agua caliente), decidimos aventurarnos a la calle para ir a un restaurante a 5 minutos a pie (la terrasse de l’océan – ¡más de cuatro estrellas en Google!). Aquí tuvimos suerte porque era un restaurante de apariencia normal y agradable. Repetimos dos o tres veces por la cercanía al hotel.
Los restaurantes en Camerún merecen un capítulo aparte. Prácticamente ningún ciudadano local cena en un restaurante. Es muy frecuente ver a grupos de personas pasar la tarde en una terraza de un restaurante bebiendo un botellín de la cerveza de allí pero es muy raro verles pedir algo de cena. Cuando te encuentras en un país donde la comida se aprovecha y no se malgasta un franco de más, tienen conductas que no serían aceptables en el mundo occidental. Llamémosle encanto africano. Otra cosa muy distinta es que te encuentres haciendo un safari en alojamientos y hostelería adaptada al turismo, pero eso no es el África del día a día (y menos la subsahariana).
Ir a cenar a un restaurante es un ejercicio de paciencia. Aconsejo llevar algo para entretenerse teniendo en cuenta que no tienes cobertura en el móvil. Tardan en servirte entre dos y tres horas. No exagero. Te facilitan una carta en el que hay unos 15-20 platos pero rápidamente te comentan que tienen dos o tres opciones que suelen ser “pollo con patatas”, “pollo con arroz”, “riñones”, y en la zona costera de Kribi, añade pescado local (que es de agradecer). Si pides pollo con patatas, quizá a la media hora vuelva la camarera diciendo que no tiene patatas y que te lo tiene que servir con arroz. Después de decirte esto, vuelve a las dos horas con un plato de pollo con patatas. No creo que sea el mejor servicio que haya tenido, tampoco creo que se enteren mucho de los que estás diciendo, y de verdad, hay que llenarse de paciencia. Sospecho que una vez realizas el pedido van al supermercado o acuden al vecino o a quien tenga existencias, a comprar la comida estricta que necesitan para servir la cena. Lo único que se salva es que la comida no suele estar mal y a un más que módico precio.
El restaurante de Kribi creo que fue el mejor. Tuve la “suerte” de tener varias opciones de pescado e incluso me invitaron a ir a la cocina para que lo eligiese personalmente. Digo suerte porque allí carecen de la figura de inspector de sanidad o al menos no se rigen por los mismos reglamentos. Tenían todo el pescado en una especie de nevera de refrescos de bar, a la vez que lavaban un pollo lleno de moscas en el fregadero. Al menos el pescado era fresco y se notaba. De hecho, siempre que he comido pescado en las zonas costeras africanas, la materia siempre ha sido buenísima ya que al carecer de elementos de conservación de pescado fresco a varios días vista les obliga a tener pescado fresco del mismo día. En Yaoundé en el interior, tan solo muy pocos sitios disponían de pescado y no era recomendable pedirlo, porque carecen generalmente de esos elementos de conservación. A todo esto, suma que cada cierto tiempo hay un apagón generalizado de varias horas por la deficiencia de su generación eléctrica, por lo que los alimentos pierden la cadena del frío.
Al día siguiente pudimos disfrutar algo más de Kribi. Dimos un paseo por la playa unos 5km al sur hasta llegar al mayor punto de interés, “Chutes de la Lobe” que son una especie de cascadas en la desembocadura del río Lobe que caen directamente sobre el mar (las Iguazú de Kribi). Tienen cierto encanto aunque como viene siendo costumbre la aventura es llegar a verlas. Aquí negociamos un precio con un barquero que nos llevó en un cayuco para verlas de cerca. Lo bueno es que no tardó mucho en volver ya que todos los que ocupábamos la barca en ese momento temíamos que el agua iba a entrar en cualquier momento. En estos casos extremos sin chaleco salvavida es importante tener unas buenas nociones de nado.
El recorrido por la playa fue agradable. No existe un turismo arraigado de playa como vemos en Europa. Las playas son tropicales, están vacías y realmente te sientes como en un lugar exótico y poco accesible por las masas. Llama la atención el fuerte color naranja que tienen estas playas y que solo me he encontrado en esta parte del mundo. También he de decir que el agua no está muy limpia y que las vistas y la naturaleza está empañada por plataformas petrolíferas mar adentro – algo impensable en cualquier playa española.
Es importante hacer el recorrido por la playa en bajamar ya que por la tarde ese mismo recorrido era inaccesible por lo que nos quedamos tranquilamente en nuestro alojamiento disfrutando de una cerveza local mientras algunos lugareños de Kribi aprovechaban para divertirse en lo que quedaba de playa y con el fuerte oleaje vespertino.
Al día siguiente también nos dio tiempo a recorrer un poco el pueblo. No tiene mucho que ver. Quizá una iglesia o la lonja de pescado directamente en el embarcadero. Aunque la imagen que cuelgo de la lonja parece desagradable, el pescado estaba tan fresco que el olor no nos molestaba.
Lo único negativo de este fin de semana en Kribi era la sensación de inseguridad de noche. Por el día sigues llamando la atención al ser los únicos blancos en kilómetros a la redonda pero de noche tenemos insertados en el cerebro que estás más inseguro. Y quizá en toda África Subsahariana sea así de verdad. Esa misma sensación me ha dado conduciendo de noche en Sudáfrica o paseando por la costera Dar es Salam. Tampoco ayudaba ver a jóvenes policías o militares locales con una semiautomática en que el sentido común te dice pasar desapercibido lo máximo posible.
Aun así, nos mereció la pena escaparnos ese fin de semana de la intensidad del voluntariado para descubrir otra pequeña parte de Camerún, la costa.