Continuación de Taskent, la desconocida capital de Uzbekistán.
En nuestro recorrido por Uzbekistán, que he detallado en los anteriores artículos, pudimos empaparnos de historia del país, su arquitectura, grandes madrazas, lugares inmensamente bellos, arte islámico, entre otros. Sin embargo, este país ofrece mucho más para el viajero que busca algo más que estrictamente edificios, historia y cultura.
Aunque lo cierto es, que el reclamo de la visita son estas ciudades–museo que te hacen retroceder al pasado a una Uzbekistán timúrida, donde pasaban comerciantes o exploradores en su ruta a China a través de la Ruta de la Seda.
Comprar objetos y productos elaborados en Asia Central
A medida que voy explorando el mundo y sus países, me siento más decepcionado con aquello que puedo adquirir en el lugar que visito. En mi hogar procuro tener un pedacito de los sitios que he podido descubrir y que, al verlos, tocarlos o sentirlos, me hacen desplazarme a su lugar de origen, haciéndome revivir la experiencia. Cuando digo en la frase anterior que me siento decepcionado, me refiero a que la globalización está dejando una huella tan pronunciada en casi todos los lugares del mundo, que se han dejado prácticamente de hacer manualidades. Productos y objetos que solían hacerse en un lugar de origen, se han subcontratado y te lo venden con el distintivo “made in algún país asiático”, haciendo que lo que adquieras no tenga la esencia de un trabajo manual, donde los secretos de su acabado se hayan transmitido de generación en generación. Hay excepciones. Por ejemplo, Myanmar, del que he hablado aquí.
Asia Central, y en particular, Uzbekistán, es otra excepción, y, por tanto, un plus muy importante en este viaje donde podrás llevarte a casa recuerdos muy interesantes y regalos a seres queridos que no les dejarán indiferente.
Cuadros usando la técnica de la miniaturización
Muy cerca de nuestro hotel en Bukhara, en el bazar de Taki Sarrafon, había un interesante puesto de un pintor que dominaba el arte de la miniatura. Básicamente pintaba pequeños cuadros con un pincel extremadamente fino, en el que describía con sus pinturas pasajes de la Ruta de la Seda, con un grado de detalle que apenas pueden percibir nuestros ojos. De hecho, podías quedarte un rato mientras avanzaba con sus cuadros. Al final terminé quedándome con uno, que acabé enmarcando y que está colgado en mi despacho.
Tengo que decir también que, en la visita de los distintos lugares, tuvo un papel muy importante nuestro guía. Normalmente, los guías tienen unos sitios prefijados que hacen notar su papel de comisionista, pero es cierto que a los sitios que nos llevó, fueron realmente acertados, a un precio muy razonable y por una buena calidad.
Los famosos puestos de seda
En otro bazar de Bukhara (Taki Zargaron), fuimos a ver ropa y accesorios de seda. A la postre, el lugar al que fuimos fue sin duda el de mejor calidad precio de los que visitamos en nuestro viaje. Como ciudad, Bukhara ofrece los mejores puestos de seda, siendo su principal reclamo de compra al ser uno de los centros otrora más esplendorosos de la Ruta de la Seda.
Cuando acudes a uno de estos sitios, la venta no es agresiva y te fías bastante más que en otros lugares como Turquía y su Gran Bazar, por ejemplo. Los vendedores, para “demostrarte” la calidad de su producto hacen un poco el show, encendiendo un mechero para que veas lo fácil que prenden las cuerditas del pañuelo, demostrándote que es seda de verdad y no un sucedáneo artificial. Lo que no te dicen es que también hay distintos niveles de seda (unos 100 tipos de seda) por lo que, aunque compres seda no sabes el tipo de seda que estás comprando. Mi consejo es que, si no eres experto en la materia, no hace falta gastarse demasiado en algo que posteriormente puedas arrepentirte. En nuestro caso, compramos algo de ropa y pañuelos de seda, que tenían un tacto realmente increíble.
Las alfombras de la Ruta de la Seda
Bukhara también es buen lugar para comprar alfombras. Nuestro guía nos llevó al típico lugar en el que tienen alfombras de todo tipo, que parten de unos precios astronómicos a otros más astronómicos aún. Las más codiciadas son las alfombras de seda, algo inalcanzable a cualquier bolsillo corriente (con precios que oscilan entre EUR 30-40k). En Occidente, y en España en particular, hubo un tiempo en que se llevaron las alfombras en los hogares (años 90), sin embargo, es algo que paulatinamente se han ido erradicando de la moda hogareña y apenas quedan casas con alfombras persas, turcas u orientales.
Aunque no esté uno interesado en hacer una compra, merece la pena entrar, tomarte el té al que te invitan, y valorar la increíble variedad de alfombras y entender el gran trabajo y manualidad que hay detrás de cada una. Al lugar en el que fuimos pudimos visitar hasta el lugar donde unas mujeres estaban con sus telares, trabajando en sus próximas obras.
Papel de seda
En Samarcanda tuvimos tiempo para hacer una visita a una fábrica de papel de seda. Sin duda fue una de las visitas de “artesanía” más interesantes del viaje puesto que te enseñan el elaborado proceso de fabricación del papel de seda, siempre acompañado del preceptivo té al que suelen invitar al viajero.
Aunque al finalizar la explicación de la fabricación del papel, te conducen a una tienda para venderte productos hechos con dicho material, quizá no sea el típico sitio tan orientado a la venta (como hemos visto en tantísimos otros sitios, como Egipto, Turquía o Myanmar). Aquí pagas un precio (bajo) por el recorrido, por lo que moralmente no estás obligado a comprar. No te sientes en deuda, y eso es un plus a su favor.
A efectos resumidos, el proceso de la fabricación del papel comienza cortando el tronco de una morera (exacto, el gusano de seda también se alimenta de las hojas de este árbol).
Esta parte del árbol la deshilachan y la dejan en remojo con productos que hacen que estas partes se reblandezcan y se vean como forma de espaguetis y que dura unas semanas.
De aquí, los llevan a un molino donde los machacan, y posteriormente, pasan a molerlos hasta hacerlos celulosa.
Cuando está lo suficientemente pulida los llevan a prensar para que quede encuadernado en forma de hoja, y lo remojan en agua.
Al sacarlo del agua, tendríamos una hoja mojada a la que someten a un proceso de secado que dura unos días.
Cuando tenemos la hoja seca, se procede a pulirla para que quede lo más recta posible, y voilà, tenemos un papel que puede durar hasta 2000 años, y que gracias a su extensa duración nos han llegado numerosos escritos a nuestra época. El cuadro usando la técnica de la miniaturización se ha realizado en papel de seda por lo que el souvenir tiene valor doble.
Las pieles Karakul
El famoso Karakul o QaraQul (llamada así por Qorakol), ciudad de la provincia de Bukhara, es una raza de ovejas originaria de aquí, que se remontan al año 1400 a.C.
En Uzbekistán, y en particular, Khiva y Bukhara, se pueden comprar buenas pieles de abrigo, gorros, sombreros o guantes de este tipo de oveja ya que su lana es de una calidad increíble. A las pieles de los recién nacidos se les llaman astracán y se puede identificar porque tienen un pelo rizado y brillante. Astracán de hecho es una ciudad rusa cercana a la que da nombre a este término. Al no ser partidario de la forma de elaboración un tanto salvaje de este tipo de pieles, decidí no comprar ninguna.
He de destacar que en las montañas de esta zona vive un animal muy curioso llamado el carnero de Marco Polo, aunque algo más común en las montañas del Pamir, y en Kirguistán. Su denominación Marco Polo se debe a que fue el famoso explorado el que la describiría por primera vez en 1273.
Es una cabra de gran tamaño en el que destacan unos grandes y fortísimos cuernos en forma de espiral a ambos lados a la cabeza. Estos ejemplares pueden pesar entre 120 y 130 kilogramos y aunque es casi imposible ver a uno si no vas adrede a verlos, es interesante conocer de su existencia y ver imágenes suyas. Pudimos verlos representados en algún petroglifo en Kirguistán. Desde tiempos remotos hasta nuestros días se ha convertido en una pieza de caza muy codiciada por locales y extranjeros.
Objetos de madera
En nuestra estancia en Khiva, también nos dirigimos a un puesto especializados en objetos de madera. Para los fans de este material, puede ser interesante. A mí tampoco me causó un interés supremo, aunque estuve a punto de comprar el típico atril que puedes poner en varias decenas de posiciones distintas. Lástima que mi época de estudiante de universidad haya pasado ya.
Compra de azulejos de Arte Islámico
Otro lugar interesante fue un puestecito que realizaban pequeños azulejos con arte islámico. 100% manual, en la parte de arriba de la tienda tenían el taller y la parte de abajo era más comercial. Es un bonito recuerdo o regalo que no deja indiferente ya que es muy original porque te deja comprar y tener en casa parte de la decoración que has ido viendo en las madrazas y demás lugares en Uzbekistán.
Alguna pincelada cultural
Después de pasar una semana en Uzbekistán, tuve una buena impresión de los uzbekos. Se presentan como gente amable, respetuosa, hospitalaria y con ganas de agradar. Quizá llame la atención el gran respeto que tienen por las personas de avanzada edad, y cómo el propio anciano sujetando un pan nan, es un icono del país. Multitud de figuras del anciano con el pan se pueden ver en casi cualquier rincón de Uzbekistán.
Los uzbekos son musulmanes, aunque de mayoría no practicante. Son centroasiáticos, con rasgos caucásicos, pero también orientales, y conservando en algunos casos el mostacho tan representativo de este pueblo.
En Khiva, mientras degustábamos una cerveza local aceptable llamada Sarbast, fuimos sorprendidos por una comitiva de uzbekos con música, portando marionetas, máscaras y una carroza que trasportaba a un muñeco con rasgos y vestimentas uzbekas. Muy original y agradable de ver en su momento. Un bonito encuentro.
Uzbekistán al ser antigua parte de la URSS, conserva vestigios de casi 100 años de ocupación, por lo que también es un buen lugar para hacerse con objetos de aquella época.
Bazares y gastronomía
Hay dos formas de entender la gastronomía en Uzbekistán. Una es a través de los mercados y bazares, y otra es a través de los restaurantes a los que fuimos a comer y a cenar durante nuestra estancia.
Los bazares
Dos de los lugares imprescindibles en nuestro recorrido fueron el Bazar de Osh en Taskent y el Bazar Central en Bukhara. Aquí, al igual que cualquier lugar de compras, es de una gran ayuda tener un guía llevándote a los lugares de confianza.
Es curioso que teniendo el Mediterráneo tan lejos, estos mercados, ofrezcan lo que podríamos ver en un bazar en Marrakech. Disponen de muchos productos mediterráneos, como las olivas o los frutos secos. También pueden comprar decenas de diferentes y coloridas especias que se amontonan en multitud de recipientes variopintos.
De aquí, decidimos probar unos frutos secos que se parecían mucho al pistacho pero que derivaban del albaricoque.
Por otro lado, visitamos increíbles puestos de dulces “orientales” de los cuales nos vimos obligados a comprar una pequeña variedad para ir probándolos todos. Muy aconsejable degustar algún tipo de dulce puesto que su sabor varía mucho del que conocemos en occidente.
Los productos de la tierra y del huerto son buenos. Se nota que no es un país que abusa de los fertilizantes y se centra en hacer todavía las cosas de forma más tradicional. Si bien no compré en el mercado este tipo de productos (como tomates o patatas), sí que tuve la oportunidad de degustarlos en varios restaurantes, devolviéndome un poco a esos tomates que comía en el pueblo de mi madre.
También es muy típico el pan nan, del que cada región tiene su variante. Algunos parecen bagels gigantes sin agujero, otros parecen una pizza sin añadidos. Lo que sí tienen en común es que a pesar de que cada lugar tiene su variante, es un símbolo nacional.
Restaurantes
En Samarcanda, tuvimos la suerte de comer el famoso plov, que es considerado el plato nacional: arroz, verduras y carne. También probamos platos como los fideos laghman (largos y planos) como una especie de ragú de carne, patata y cebolla (dimlama). Había varias opciones con carne de caballo, pero al igual que en Kirguistán, nos abstuvimos de probarla (como el beshbarmak o el naryn).
Los desayunos en el hotel de Khiva fueron auténticamente maravillosos. La mermelada era casera, abundaban distintos tipos de quesos, había especies de crepes, dátiles, fruta y huevos.
Si bien los lugares para comer en Khiva eran menos lujosos (o más convenientes), en Bukhara lo compensamos comiendo en un adornado restaurante con vistas al estanque de Lyabi-Hauz (Labi Hovuz), y al día siguiente, en un extraordinario comedor a las afueras que te hacían sentir como un auténtico Emir (Sardoba Restaurant).
En las cenas decidimos ir a lugares que estaba más a mano del hotel por el cansancio acumulado. Aun así, acabamos satisfechos. En Khiva, por ejemplo, la terraza del hotel Minor ofrece una aceptable calidad con unas asombrosas vistas. En Bukhara, el restaurante Chalet en la zona de Lyabi-Hauz es muy agradable y ofrece gran variedad de comida local.
En Samarcanda optamos por una versión de hostelería un poco más moderna (La Esmeralda) que nos hizo salir del paso.
Lo que sí recomiendo es visitar y degustar un té en las famosas chaikhanas. Para tomar buen café quizá Uzbekistán no sea el mejor país, pero es aceptable.
Resumiendo lo expuesto aquí, Uzbekistán ofrece sin duda mucho más que lo estrictamente cultural y arquitectónico, pudiéndola degustar a través de su gastronomía y comprar productos y accesorios de primera calidad que puedes llevarte de vuelta a casa.
A continuación, un día de paso en Almaty, Kazajistán.