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Un día en Potosí: historia, minas y miradores a más de 4000 metros

Contenidos

La historia de Potosí: del esplendor de la plata al pulso de la altura

Potosí no es solo una ciudad: es un símbolo del destino de América Latina. Una urbe que brilló más que ninguna otra, y que con el tiempo aprendió a vivir entre la plata del pasado y la dureza del presente.

El descubrimiento del Cerro Rico

La historia comienza hacia 1545, cuando un pastor indígena llamado Diego Huallpa, mientras pastoreaba sus llamas en una montaña rojiza, descubrió por casualidad vetas brillantes de plata de más de 1 metro. Según la leyenda, el pastor hizo una fogata y se durmió, y cuando se despertó descubre la plata. La noticia llegó rápidamente a los oídos de los conquistadores españoles asentados en el Alto Perú, y aquel cerro, que los quechuas llamaban Sumaj Orcko (“el cerro hermoso”), se transformó en el Cerro Rico de Potosí, el símbolo de la riqueza americana.

Parece que los incas conocieron de sus tesoros antes de la llegada de los españoles, pero según nos cuenta el museo, ellos afirman que dicha riqueza no les pertenece, porque al pasar por allí Huayna Capac e interesarte por ello, se escuchó un estruendo en quechua que les dijo “no toquen, no es para ustedes, Dios está guardando para otros.”

En pocos años, la montaña fue perforada con miles de túneles y bocaminas. El virrey del Perú, Francisco de Toledo, organizó un sistema minero masivo bajo la corona española, y Potosí se convirtió en un hervidero de vida, ambición y sufrimiento.

El auge colonial: “vale un Potosí”

Hacia finales del siglo XVI, Potosí era una de las ciudades más grandes y ricas del mundo. Llegó a tener más de 160.000 habitantes, una cifra comparable a París o Londres en esa época. De aquí salía la plata que sostenía el Imperio Español y que, fundida en Sevilla, terminaba pagando guerras, palacios y rutas comerciales hasta Filipinas.

La frase “vale un Potosí” se hizo popular en Europa para referirse a algo de gran valor. La ciudad era un espectáculo de contrastes: iglesias de oro, fiestas suntuosas y procesiones religiosas convivían con la miseria de miles de indígenas y esclavos africanos sometidos a la mita: los indígenas eran reclutados de forma rotativa, obligados a trabajar en condiciones extremas y peligrosas, y su labor era esencial para la producción de plata del Virreinato, aunque a costa de una altísima mortalidad y desestructuración de sus comunidades. 

Había clases bien diferenciadas, (i) una clase alta compuesta de españoles, que eran los dueños de la mina (cargos públicos), (ii) una clase media de criollos (que van a protagonizar las primeras revueltas más adelante) y (iii) la clase más baja que eran esclavos en la práctica y que trabajaban en la mina (indígenas, sobre todo). El primer tono discorde vino de la mano del criollo José Alonso de Ibáñez que acabó siendo ahorcado, convirtiéndose en el primer mártir de la independencia americana allá por el SXVII.

El Cerro Rico fue perforado sin descanso. Los mineros trabajaban días enteros sin ver la luz del sol, inhalando polvo tóxico y cargando mineral en condiciones extremas. La montaña, que alguna vez fue sagrada, se convirtió en el motor económico del mundo colonial y también en su mayor herida.

La Casa de la Moneda y el centro del poder económico

En 1572 se construyó la primera Casa de la Moneda, donde se acuñaban los reales de plata que circularon por todo el planeta. Más tarde, en el siglo XVIII, se levantó la nueva Casa Nacional de la Moneda, una fortaleza monumental que simbolizaba el control y la grandeza del Imperio.

Desde Potosí, los “reales de a ocho” viajaban a Sevilla y Manila, conectando por primera vez la economía de América, Europa y Asia. Muchos historiadores consideran que esta fue la primera moneda global, y que el símbolo del dólar ($) deriva precisamente del monograma potosino.

Crisis y agotamiento

Con el paso del tiempo, la riqueza del Cerro Rico empezó a agotarse. Hacia el siglo XVIII, las vetas más ricas ya estaban vacías y los costes de extracción aumentaban. La administración colonial entró en crisis y, con la independencia de Bolivia en 1825, Potosí perdió su papel central.

La nueva república heredó una montaña exhausta y una ciudad que empezaba a quedarse atrás. Gran parte de la maquinaria y la pericia para extraer la plata provenía de España, por lo que la independencia hizo dar un paso atrás en la extracción de la mina. Aun así, el espíritu minero no desapareció. El estaño sustituyó a la plata, y durante el siglo XX volvió a dar trabajo a miles de bolivianos, especialmente bajo el impulso de los barones del estaño, como Simón Patiño, uno de los hombres más ricos del mundo en su época.

Potosí en el siglo XX: entre la revolución y la resistencia

El siglo XX trajo consigo grandes cambios sociales y políticos. En 1952, la Revolución Nacional Boliviana nacionalizó las minas y dio origen a la poderosa Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL). Durante décadas, la ciudad vivió entre la esperanza y la precariedad.

En los años 80, la caída de los precios internacionales del estaño provocó el cierre masivo de minas, dejando sin empleo a miles de familias. Muchos mineros se organizaron en cooperativas, sistema que persiste hasta hoy, donde los trabajadores extraen por cuenta propia y comparten los beneficios.

Potosí hoy: patrimonio, lucha y turismo

Hoy Potosí es una ciudad que respira historia en cada esquina. Su casco histórico, con calles empedradas y balcones coloniales, fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1987, junto con el Cerro Rico.
Sin embargo, la misma UNESCO ha advertido sobre el riesgo de colapso del cerro, debilitado por siglos de perforaciones. A día de hoy siguen trabajando unas 15000 personas en la mina, donde todavía se extraen vetas de plata mezcladas con zinc y plomo.

La ciudad vive entre el turismo, la minería artesanal y los esfuerzos por conservar su patrimonio. Los visitantes llegan atraídos por la Casa de la Moneda, las minas del Cerro Rico, los miradores coloniales y la intensidad cultural que todavía late en sus calles.

Un día en Potosí: historia, minas y miradores a más de 4000 metros

Introducción

Llegar a Potosí es como viajar en el tiempo y en el aire. A más de 4000 metros sobre el nivel del mar, cada paso se siente, y el simple hecho de respirar ya te recuerda que estás en una de las ciudades más altas del mundo. Desde el autobús, el Cerro Rico domina el horizonte como una presencia eterna. Su silueta rojiza, perforada por siglos de minería, es la razón por la que esta ciudad llegó a ser una de las más ricas del planeta durante el auge colonial.

Según el dicho un poco exagerado, se extrajo la suficiente plata de Cerro Rico que podría haber construido un puente desde Potosí hasta España.

Llegada en bus por la mañana a una de las ciudades más altas del mundo

El bus desde Uyuni nos dejó en la terminal de Potosí poco antes de almorzar. Apenas pusimos un pie fuera, el aire gélido y la altitud nos dieron la bienvenida. Nos recogió un guía hasta nuestro alojamiento: un hostal colonial de techos altos y paredes de adobe, con un patio de época y donde el silencio se sentía espeso y las ventanas dejaban pasar una luz tenue y dorada (Hostal Colonial Potosí).

Para almorzar, nada mejor que un buffet de comida boliviana en Sabor Cochabambino, un restaurante local lleno de vida donde los potosinos se reúnen desde temprano. La comida aquí tiene ese sabor reconfortante de hogar, y el mate ayuda a combatir los efectos del sorojchi o el mal de altura.

Ya con energía, salimos a recorrer el casco histórico.

La Plaza 10 de Noviembre es mucho más que el centro de Potosí: es su corazón histórico, político y emocional.

Situada a más de 4000 metros de altura, esta plaza ha sido testigo de todos los capítulos de la ciudad: el auge minero colonial, los movimientos independentistas, las celebraciones religiosas y las protestas sociales. Su nombre conmemora el 10 de noviembre de 1810, fecha en la que los potosinos (de la mano de Salvador Matos, Indaburu o Dalence, entre otros) protagonizaron una de las primeras sublevaciones contra el dominio español, adelantándose a otros focos revolucionarios del continente, tomando el control de la oficina consular.

Salvador Matos nació en Potosí a finales del siglo XVIII, en una familia criolla instruida y profundamente vinculada a la vida intelectual de la ciudad. Estudió Derecho en la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, donde se empapó de las ideas ilustradas y de los principios de libertad y soberanía popular que circulaban por América. Al regresar a Potosí, encontró una ciudad opulenta y contradictoria: rica por su plata, pero sometida a las decisiones de la Corona española. Desde entonces, Matos comenzó a reunirse con otros criollos ilustrados para debatir sobre el futuro del Alto Perú y la posibilidad de un gobierno propio.

El 10 de noviembre de 1810, cuando estalló la revuelta independentista en Potosí, Salvador Matos jugó un papel fundamental como organizador y portavoz del movimiento. Fue él quien ayudó a redactar la proclama revolucionaria y, según los relatos históricos, quien la leyó públicamente en la Plaza Mayor, declarando el fin del dominio colonial y la formación de una junta local. Fue considerado el autor intelectual del levantamiento potosino.

A su alrededor se alzan los principales edificios coloniales, perfectamente conservados: el Cabildo, el Ayuntamiento, la Antigua Casa de la Moneda y la Catedral Metropolitana, cuya fachada neoclásica domina uno de los lados de la plaza.

La Catedral Metropolitana de Potosí: un templo levantado sobre el esplendor de la plata

La historia de la catedral refleja la evolución misma de Potosí. El primer templo fue construido en el siglo XVI, cuando la ciudad empezaba a florecer gracias al Cerro Rico. Pero aquel edificio, de adobe y madera, resultó insuficiente para una urbe que se convirtió en una de las más importantes del Imperio Español.
Entre 1808 y 1838 (cuando se concluyó y consagró) se levantó el templo actual, diseñado por el arquitecto Francisco Xavier de Mendizábal, quien combinó con maestría los estilos neoclásico y barroco tardío.

La catedral fue construida con piedra blanca de Tarapaya, una cantera cercana, y su fachada de tres cuerpos destaca por la simetría de sus torres gemelas y el juego de columnas corintias que se alzan hasta el cielo potosino. La pureza del color de la piedra contrasta con los balcones de madera y las fachadas ocres de los edificios que la rodean, creando un punto visual central que domina toda la plaza.

La fachada: armonía y simbolismo

El frontón triangular que corona la entrada principal está decorado con motivos florales y angelicales. En el centro, se encuentra la figura de la Inmaculada Concepción, patrona de la ciudad. Los detalles son de una delicadeza extraordinaria: guirnaldas, querubines y escudos reales que recuerdan la grandeza de la Potosí colonial.
Las torres campanario, visibles desde varios puntos de la ciudad, fueron durante décadas las más altas de Bolivia. Desde ellas se podía observar toda la ciudad extendiéndose hacia el Cerro Rico.

El interior: arte y espiritualidad andina

Al cruzar la gran puerta de madera labrada, el visitante se encuentra con un espacio solemne y sorprendentemente luminoso. La nave principal, amplia y de techos altos, está sostenida por columnas de piedra pulida y decorada con retablos dorados que brillan bajo la tenue luz de los candelabros.

El altar mayor es una obra de arte en sí misma: tallado en madera dorada y rematado por una imagen de la Virgen de la Inmaculada. A ambos lados se encuentran capillas dedicadas a santos locales y patronos mineros, donde los fieles dejan ofrendas, flores y velas.

Entre las joyas artísticas del templo se destacan:

  • El órgano monumental, traído desde Alemania en el siglo XIX, con más de mil tubos de viento, aún en funcionamiento.
  • Las pinturas coloniales de la escuela potosina, que combinan iconografía cristiana con símbolos andinos, como soles, montañas y flores del altiplano.
  • Los vitrales, añadidos en restauraciones posteriores, que filtran la luz del amanecer sobre el mármol del suelo y crean un efecto místico único.

Uno de los atractivos más recomendables es la subida al mirador de la torre, desde donde se obtiene una vista privilegiada del casco histórico y del Cerro Rico. El ascenso es empinado, pero la recompensa merece la pena: desde arriba, los tejados rojizos de Potosí parecen un mar de arcilla detenido en el tiempo.

La Estatua de la Libertad

En el centro de la plaza se erige la Estatua de la Libertad, una figura femenina de bronce que sostiene una antorcha y una lanza, símbolo de la independencia boliviana. Llegada también de Francia, fue instalada en el siglo XX como homenaje por el centenario de la libertad conquistada tras siglos de dominio colonial. Alrededor de ella, los bancos de hierro, los jardines bien cuidados y los vendedores ambulantes de helados o dulces crean una atmósfera viva y cotidiana. Hubo una estatua de yeso en 1882; la actual, de bronce y origen francés, se instaló el 25 de mayo de 1909 (conmemorando el centenario de 1809).

El ambiente de la Plaza

Durante el día, la plaza vibra con el bullicio de la gente, los escolares con sus uniformes azules, los taxistas que esperan pasajeros y los guías turísticos que ofrecen recorridos por el casco histórico. Al caer la tarde, el sol tiñe de oro las fachadas coloniales, y las sombras alargadas del Cerro Rico se proyectan sobre los tejados, recordando que la montaña sigue siendo la verdadera protagonista de Potosí.

De noche, la iluminación cálida resalta los detalles de piedra y madera, mientras el aire frío desciende lentamente desde el cerro. Es el mejor momento para sentarse en uno de los bancos y contemplar la vida potosina pasar: parejas paseando, músicos callejeros, niños jugando… y, sobre todo, ese silencio y viento altiplánico que envuelve todo cuando las campanas de la catedral anuncian el fin del día.

El antiguo convento de Bethlemitas: el primer colegio de Bolivia

A pocos pasos de la Plaza 10 de Noviembre, se levanta el antiguo convento de las Bethlemitas, una joya de la arquitectura colonial que marcó un hito en la historia educativa del país. Fundado en el siglo XVII por la orden de los bethlemitas —una congregación originaria de Guatemala dedicada al cuidado de enfermos y a la enseñanza—, este edificio funcionó como el primer colegio de Bolivia.

Su fachada sobria y su claustro interior aún conservan ese aire de recogimiento propio de los conventos coloniales. En su interior se impartían clases de religión, gramática y ciencias, principalmente destinadas a hijos de familias criollas. Se dice que aquí también se formaron algunos de los intelectuales que más tarde participarían en los movimientos independentistas.

La Casa de Belén: de la fe al arte escénico

Muy cerca del convento se encuentra la Casa de Belén, otro edificio emblemático que ha sabido reinventarse con los siglos. Lo que fue en tiempos coloniales una residencia religiosa, vinculada a las hermanas belenitas, hoy alberga un teatro municipal donde se celebran obras, conciertos y actos culturales.

La primera Casa de la Moneda (1572–1753): el origen de una leyenda

Antes de que existiera la monumental Casa de la Moneda actual, Potosí ya tenía su primera fábrica de plata. Construida en 1572 por orden del virrey Francisco de Toledo, la primera Casa de la Moneda funcionó durante casi dos siglos en el mismo centro histórico, y allí se acuñaron las monedas que circularon por todo el Imperio Español.

A diferencia del edificio posterior, esta primera casa era más modesta, con estructura de adobe y techos de teja. Sin embargo, su importancia fue enorme: aquí comenzaron a fabricarse los célebres reales de a ocho, las monedas de plata más famosas del mundo.

Con el aumento de la producción minera, las instalaciones quedaron pequeñas y se decidió construir una nueva sede (la actual Casa Nacional de la Moneda). Desde entonces, la antigua casa fue destinada a distintos usos, y hoy alberga el Tribunal Departamental de Justicia.

Su fachada, aunque restaurada, conserva los rasgos originales del siglo XVI: portones de madera maciza, balcones discretos y un aire solemne que recuerda que entre estas paredes se acuñó la historia económica de un continente.

El Cabildo de los Españoles: poder y administración colonial

Frente a la plaza principal se encuentra el antiguo Cabildo de los Españoles, una de las construcciones más representativas del periodo virreinal. Durante el siglo XVII fue el centro del poder civil en Potosí: aquí se reunían las autoridades coloniales para dictar leyes, organizar impuestos y regular la vida de la ciudad.

Su arquitectura es sobria pero imponente, con amplias arcadas, balcones de hierro forjado y un escudo tallado en piedra que simboliza la autoridad real. Desde sus salones se administraba todo lo relacionado con el Cerro Rico, la minería y el comercio.

Con el paso del tiempo, el edificio fue adaptándose a los nuevos gobiernos y, tras la independencia, pasó a ser la sede del Gobierno Autónomo de Potosí. Por las tardes, cuando el sol cae y la luz dorada baña las piedras, el Cabildo se convierte en uno de los puntos más fotogénicos del casco histórico.

El Ayuntamiento: balcones barrocos frente a la historia

Cerrando el recorrido, el Ayuntamiento de Potosí se erige con orgullo frente a la plaza, mostrando una de las fachadas más bellas del periodo barroco andino. Construido con piedra labrada y decorado con relieves finos, su diseño mezcla elementos europeos con influencias indígenas.

Los balcones de madera tallada sobresalen ligeramente sobre la calle, decorados con celosías que permitían observar sin ser visto, una costumbre muy común en las residencias coloniales. Desde ellos, los gobernantes observaban las celebraciones, procesiones y actos públicos que tenían lugar en la plaza principal.

La Casa de la Moneda: un viaje al pasado de la plata

Caminar por las puertas de la Casa Nacional de la Moneda de Potosí es entrar en una cápsula del tiempo. El aire se vuelve más pesado, como si las piedras mismas conservaran los susurros de siglos pasados. Cada patio, cada escalón y cada galería cuentan historias de esplendor, ambición y sacrificio.

Este edificio monumental, considerado uno de los museos más importantes de Sudamérica y más grandes de Bolivia, fue construido entre 1759 y 1773 durante el reinado de Carlos III. Se levantó para sustituir la primera casa de acuñación —hoy sede de la Corte Suprema— porque la anterior ya no bastaba para la enorme cantidad de plata que salía del Cerro Rico, a solo unos kilómetros. En 1940, por Decreto Supremo, se crea la Casa Nacional de Moneda como museo y archivo histórico.

Un edificio hecho de historia

La Casa de la Moneda impresiona desde el exterior: su fachada de piedra gris, su puerta labrada y sus balcones de hierro forjado reflejan la arquitectura virreinal más sólida del continente. No es casualidad: este edificio fue diseñado como una fortaleza. Las paredes tienen más de un metro de grosor, no solo por seguridad, sino para resistir el frío potosino y guardar en su interior uno de los tesoros más preciados del Imperio Español: la plata de América.

En el siglo XVIII, aquí se acuñaban las monedas que circularían por todo el mundo colonial. Desde Potosí salieron los famosos reales de a ocho, conocidos también como “pesos fuertes” o “Spanish dollars”, que se convirtieron en la primera moneda global y antecedente directo del dólar moderno.

Un museo que guarda el alma de la ciudad – salas de la Casa de la Moneda

El recorrido dentro del museo es extenso y profundamente enriquecedor. Los guías —auténticos apasionados de la historia— relatan cómo los lingotes de plata eran transportados desde las minas hasta los talleres, donde las máquinas de madera y hierro comenzaban el proceso de acuñación.

Patio principal y portal de entrada

El recorrido comienza atravesando el portón monumental de piedra coronado por el famoso mascarón, una escultura en relieve con rostro humano y gesto severo que ha alimentado todo tipo de leyendas (que detallaremos más adelante).
El patio central, rodeado de columnas y balcones de madera, servía como espacio de control y distribución de la plata. Aquí llegaban los lingotes procedentes del Cerro Rico antes de ser fundidos o laminados. En el centro suele encontrarse una fuente de piedra, símbolo de pureza y limpieza ritual antes de la acuñación.

También se exhibe una locomotora de un tren llamado “Pacamayo”, que fue la primera en operar en la línea entre Pulacayo, Mine, Uyuni y Ollague en Chile. El ferrocarril en Bolivia comenzó en 1892.

Sala de fundición y hornos coloniales

En esta sala se reproducen las condiciones originales en las que se fundía la plata. Los hornos de barro y piedra, alimentados por leña y carbón vegetal (y musgos como la yareta), alcanzaban temperaturas extremas. El aire era irrespirable por los gases tóxicos, y los trabajadores —muchos de ellos indígenas mitayos— trabajaban en turnos interminables. En los hornos se alcanzaban temperaturas de 960 grados, y la esperanza de vida de dichos hombres no solía superar los 7 años de trabajo.

Se pueden observar las herramientas originales, moldes y crisoles utilizados para transformar el mineral extraído del Cerro Rico en lingotes de plata pura. Es una de las zonas más impactantes del recorrido, tanto por su valor histórico como por la crudeza que transmite.

Sala de laminación y acuñación

Aquí se encuentran las máquinas de acuñar monedas, auténticas reliquias del siglo XVIII.
Se utilizaban enormes prensas de madera que funcionaban gracias a la fuerza de mulas o esclavos africanos, que daban vueltas durante horas para accionar los rodillos, con el objetivo principal de adelgazar el espesor de los lingotes de plata hasta llegar al grosor de la moneda a acuñar.

En la primera casa de la moneda existía esclavitud y trabajaban hasta que sangraban. En esta nueva casa de la moneda se empieza a reconocer su trabajo y reciben un sueldo mínimo. Más tarde se sustituyen por mulas (el trabajo de 15 esclavos equivale al de una mula), que solían ser más resistentes y fuertes (pero duraban poco porque las sometían a un trabajo continuado).

El trabajo de las mulas era continuamente supervisado, porque solo el hecho de que una no estuviera trabajando con fuerza, hacía que su cuerda se destensara y la máquina podía dejar de funcionar y averiarse. Cuando la mula se cansaba tenía que ser inmediatamente sustituida.

Sala de máquinas

Más tarde, en la época republicana, se incorporaron laminadoras metálicas traídas desde Europa, que permitían estirar los lingotes hasta obtener láminas del grosor exacto para acuñar monedas.
El sonido metálico, el olor a aceite y el aire frío de la piedra crean una atmósfera que transporta directamente a la época colonial.

Sala de numismática

Aquí se expone una colección única de monedas y medallas acuñadas en Potosí desde 1574 hasta el siglo XX. Se pueden ver los reales de a ocho (la moneda más famosa del imperio español), los pesos fuertes, y las primeras piezas republicanas con la inscripción “Bolivia”.

Al principio los reales eran irregulares porque se acuñaba manualmente a golpe de martillo (macuquinas) (de 1535 a 1773). Su denominativo deriva del vocablo quechua Maqaykuna que en castellano significan golpeadas o pegadas.

Luego se van perfeccionando con anverso y reverso, y se crea el monograma de Potosí o PTS, dando origen al símbolo del dólar ($). Estas monedas circularon por Asia, Europa y América, convirtiendo a Potosí en el epicentro económico del mundo. Principalmente, en el reinado de Carlos III las monedas de plata se van acuñando con prensas o equipos de acuñación más sofisticados que envían desde España.
También se exhiben monedas defectuosas o mal acuñadas, auténticas rarezas numismáticas muy valoradas por los coleccionistas.

Sala de arte virreinal y religioso

El museo alberga una colección excepcional de pintura colonial andina, con obras de la escuela de Potosí y del Cuzco.
La joya indiscutible es el cuadro de La Virgen del Cerro o Virgen del Potosí, donde la montaña sagrada se fusiona con la figura de la Virgen María, simbolizando la montaña como fuente de vida, riqueza y sufrimiento. En sus faldas aparecen las minas, los trabajadores y los españoles recogiendo plata, mientras que en primera plana aparece el poder político y religioso. En el cielo podemos ver a la Santísima Trinidad coronando a la virgen. Esta pintura resume el sincretismo religioso entre el cristianismo europeo y las creencias andinas.

En la Casa de la Moneda podemos apreciar un arte mestizo o criollo. Muchos de los pintores de aquel tiempo no tenían la autoridad para pintar, pero al final acaban realizando cuadros. Ejemplo de ello es la Virgen del Cerro cuya autoría es desconocida.

Al igual que lo que vemos en la arquitectura de algunos edificios, se copia el estilo predominante, pero se adapta al lugar (dándose a conocer una suerte de barroco mestizo), de la mano de Melchor Pérez Holguin, entre otros.
Otras obras notables representan santos, ángeles arcabuceros y vírgenes con rasgos mestizos, testimonio del arte mestizo que floreció en los Andes durante el siglo XVIII.

Salas de objetos sofisticados realizados con plata

La plata de Potosí es pura. Es una plata moldeable. Y con ella, se han realizado trabajos asombrosos como los que vemos a continuación.

Sala de los grabadores y escultores

En esta sala se exponen herramientas y obras originales de los artesanos criollos e indígenas que trabajaban en la decoración de monedas, altares y objetos litúrgicos.
Entre las vitrinas se pueden ver punzones, buriles, matrices y moldes, así como pequeñas esculturas de madera y piedra que decoraban los talleres.
La precisión con la que se realizaban los grabados demuestra el altísimo nivel técnico alcanzado en Potosí, considerado entonces el taller artístico más importante del virreinato.

Sala de campanas y torre mirador

Aunque no siempre accesible al público, la parte superior del edificio conserva una pequeña torre desde donde se tiene una vista panorámica del casco histórico de Potosí.
Aquí se encuentran las antiguas campanas que marcaban el inicio y fin de las jornadas de trabajo en la Casa de la Moneda. Su sonido servía también para anunciar la llegada de caravanas con plata o la salida de convoyes rumbo a los puertos del Pacífico.

Otras Salas

Pudimos observar en el recorrido salas dedicadas a la exposición de cientos de minerales y otras salas a la exposición de objetos relacionados con la extracción de la plata, la laminación o la custodia de la misma, entre otros.

Patio de los cargadores y salida

El recorrido termina en el patio posterior, donde los llameros y muleros descargaban los sacos de mineral y esperaban su turno para entrar al taller. Hoy este espacio acoge tiendas de artesanía y una pequeña cafetería donde los visitantes descansan antes de salir.

El mascarón de la entrada: símbolo del poder y el misterio

En cuanto uno se acerca a la imponente fachada de la Casa de la Moneda de Potosí, es imposible no detenerse ante su gran mascarón de piedra. Tallado directamente sobre el arco principal, este rostro de expresión feroz ha generado debates durante siglos.

Hay varias teorías de porqué se colocó una máscara que parece representar al Dios Baco o Dios de la abundancia. Algunos piensan que para tapar el escudo de la corona española (que estaría debajo de la máscara). Otra teoría dice que podría ser una caricatura sarcástica de alguien de autoridad – una parte de la cara parece una sonrisa sarcástica, otra parte muestra una cara con dolor.

Acuñación de una moneda como souvenir

Uno de los recuerdos más bonitos que puedes llevarte de la Casa de la Moneda de Potosí es llevarte tu propia moneda de plata de Cerro Rico acuñada con las herramientas manuales que hacían antaño. El proceso es el siguiente: compras en la tienda una moneda limpia de plata, eliges el troquel, te conducen a una máquina de acuñación y lo haces tu mismo con las indicaciones de la trabajadora de allí (incluido el golpe con el martillo). Toda una experiencia y tener un recuerdo de un lugar que significó tanto para el mundo colonial y la riqueza de plata de entonces.

Consejos para la visita

La visita guiada dura aproximadamente una hora y media y vale cada minuto. Es recomendable hacerla en la mañana, cuando el museo está más tranquilo y la luz entra suavemente por los patios interiores. Para las entradas y los horarios consulta en su web aquí.

Si eres amante de la historia, reserva tiempo extra para recorrerlo con calma; hay tanto que ver que una sola visita parece insuficiente.

Consejo práctico: lleva abrigo, ya que las salas son frías incluso en verano, y evita las prisas: la altura puede hacer que el recorrido se sienta más exigente.

Tarde en los miradores y conventos

Por la tarde, seguimos descubriendo los rincones coloniales de Potosí. Subimos a la torre de los jesuitas, un edificio barroco desde donde se tienen vistas panorámicas del centro y del Cerro Rico. Desde allí, los tejados rojizos parecen fundirse con la montaña.

Los jesuitas tuvieron una gran influencia en la época colonial como misioneros y se dedicaron a cristianizar y alfabetizar a la población. Al imperio español no le gustaba demasiado la idea de que la población ganase en formación y se culturizase ante el peligro revolucionario que ello conllevaba, por lo que este grupo cristiano acabó siendo expulsado de la villa.

Visitamos también la iglesia de San Lorenzo, una obra maestra del arte mestizo que combina detalles europeos y símbolos andinos. En su fachada de piedra se puede ver al Arcángel San Miguel, pero también tallas de sirenas con la guitarra, soles, luna, estrellas y mazorcas (acordémonos que eran deidades en la cosmovisión inca): una fusión perfecta de dos mundos.

Más adelante entramos en Santo Domingo, de interior sobrio y frescos antiguos. En el camino, recorrimos la Calle Chuquisaca, una de las más fotogénicas de la ciudad, con sus balcones de madera y paredes encaladas. Llama la atención también los suelos, donde podemos ver rocas que usaban para pavimentar con pequeños restos de plata.

Nuestro guía local, un apasionado de la cultura potosina, nos mostró instrumentos tradicionales: el charango (un instrumento pequeño de 5 cuerdas dobles y sonido agudo que simboliza la música andina) y la quena (que enseño en la imagen). Para nuestra sorpresa, tocó una breve melodía con su quena que resonó en la calle vacía como un eco del pasado. Fue uno de esos momentos en los que el viaje se detiene y simplemente escuchas.

Noche fría y despedida a 4000 metros

Al caer la noche, la temperatura bajó en picado. El aire se volvió más denso y las calles casi se vaciaron. Potosí duerme pronto, envuelta en un silencio que solo rompen los perros y el viento.

Cenamos en 4060, donde el ambiente era cálido y animado. Probamos la cerveza potosina, elaborada con agua de la región, mientras charlábamos con otros viajeros. El cansancio y la altitud se mezclaban con la sensación de estar en un lugar que sigue resistiendo al tiempo.

Potosí no es una ciudad cómoda: su altitud, su clima y su historia pesan. Pero es precisamente eso lo que la hace tan auténtica.

Descenso al Cerro Rico: la experiencia minera

Aunque no hicimos la visita a las minas, vale la pena entender su importancia. El Cerro Rico fue la razón de ser de Potosí. Desde el siglo XVI, millones de indígenas y esclavos africanos trabajaron en sus túneles en condiciones extremas, extrayendo toneladas de plata que alimentaron las arcas del Imperio Español.

Los trabajadores más numerosos fueron los indígenas mitayos. Los apremiaban para que trabajaran desde el domingo por la tarde, introduciéndolos en el interior del cerro. El poco dinero que recibían tras una extensa jornada lo usaban para emborracharse seguramente con chicha el poco rato que disponían libre. De ahí se saca el dicho que el minero boliviano es pobre porque siempre acaba malgastando el dinero, y con esa herencia llega hasta nuestros días.

Hoy, las minas siguen activas, aunque con menor producción, como hemos dicho hasta 15000 trabajadores siguen en la mina hoy en día. Las visitas se realizan con agencias locales, que proporcionan casco, linterna, botas y guía minero. Dentro, la temperatura cambia bruscamente y el aire se vuelve denso. Es una experiencia intensa.

Cabe destacar que la montaña está menguando (pasando de 5000 metros a los 4700 metros de ahora), que donde había una cumbre ahora hay dos, y que tanta es su importancia para el país, que dicha montaña está en el escudo de la bandera de Bolivia.

Durante la visita, los guías explican la producción actual de estaño, zinc y plomo, y la figura del Tío de la Mina, una deidad a la que los mineros ofrecen hojas de coca y cigarrillos para pedir protección.

Advertencia: la experiencia no es recomendable para personas con claustrofobia o problemas respiratorios. Si decides hacerla, elige una agencia responsable y evita tours que exploten el morbo o interfieran en el trabajo de los mineros.

Preguntas frecuentes sobre Potosí

¿A qué altitud está Potosí?

A unos 4060 metros sobre el nivel del mar, siendo una de las ciudades más altas del mundo.

¿Cómo llegar desde Uyuni o Sucre?

Desde Uyuni son unas 4 horas en bus; desde Sucre, alrededor de 3.

¿Qué llevar a Potosí?

Ropa de abrigo, protector solar, agua y hojas de coca para la altura.

¿Conviene visitar las minas del Cerro Rico?

Sí, si te interesa la historia y estás preparado física y emocionalmente. Es importante hacerlo con agencias éticas.

¿Cuánto cuesta la entrada a la Casa de la Moneda?

Aproximadamente 40 BOB (unos 5 €) con guía incluido.

¿Es segura la ciudad?

El centro histórico es tranquilo, pero se recomienda evitar caminar solo de noche.

¿Qué época es mejor para visitarla?

Entre mayo y octubre (época seca), cuando los días son claros y las vistas del Cerro Rico son espectaculares.